Tras dos años alejado de la dirección, M. Night Shyamalan (El sexto sentido, El bosque, La joven del agua) vuelve con un título de corte independiente y que se aleja bastante de sus últimos proyectos: La visita. Con una mezcla de terror y comedia, esta película nos narra la inquietante experiencia de dos hermanos que visitan a sus desconocidos abuelos de Pensilvania durante una semana. Lo interesante llega cuando empieza a haber comportamientos extraños. Es entonces cuando el espectador se da cuenta de lo bien que el director sabe jugar con las emociones y los personajes.
Con un guión, en principio, bastante simple, la historia consigue atraparte hasta tal punto que te introduce dentro de la casa. Esta sensación se acentúa debido al método de grabación mediante “metraje encontrado”, es decir, donde uno de los personajes es el encargado de grabar las acciones en primera persona. En el caso de La Visita con la excusa de un documental casero. De este modo, Shyamalan construye una narrativa que es capaz de alentar al humor negro, sin descuidar el conjunto y, sobre todo, manteniendo la esencia para los más incondicionales del director.
Aunque la película cuenta con un reparto bastante bueno, cabe destacar también a sus dos personajes más jóvenes: Olivia DeJonde (Hiding), en el papel de la lógica hermana mayor, y Ed Oxenbould (Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso) como un preadolescente rapero. No solo la actuación de ambos actores resulta sobresaliente si no que son los encargados de conducir la película al más puro estilo del clásico cuento de Hansel y Gretel. Dos hermanos inteligentes y con personalidades muy diferentes, pero que vuelcan sus frustraciones y miedos ante la cámara de una forma que puede dejar al espectador apabullado.
Con sustos clásicos ya vistos en muchos títulos del género y un final que puede resultar, en cierto modo, predecible, La visita destaca porque sabe crear una historia. No solo busca la mera idea de aterrar al público, sino que se centra sus esfuerzos en narrar una historia a la persona que lo está viendo. De este modo, consigue que todas las piezas que, en principio parecen imposibles de encajar, lo hagan. No estaremos ante la película de miedo del año ni tampoco la mejor de la filmografía de Shyamalan. Pero sí un título digno que supone un lavado de cara para el género y que, para los amantes del director, supondrá una pildorita de felicidad en formato menor.
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