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This Time Tomorrow

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Cuántas veces había paseado por esas mismas calles. Cuántas veces había doblado esa esquina junto al parque. Cuántas veces había quedado con él bajo el enorme reloj que preside el centro de la plaza. Cuántas veces le había esperado pacientemente observando las manecillas de ese reloj. En aquellos días solía llegar siempre antes de la hora acordada y allí parada, solía entretenerse contando el tiempo que quedaba para abrazarle de nuevo. Tantas veces había hecho ese mismo recorrido que no necesitaba pensar, sus pies cansados avanzaban sin más. Otra vez estaba en esa plaza y los recuerdos se amontonaban en su mente. Volvía a contemplar el reloj en esa fría noche de invierno. Pero ya no había nadie a quien esperar y el tiempo ya no tenía ningún sentido para ella. No existía ni presente ni futuro y vivir en el pasado le resultaba más sencillo. El universo seguía su curso pero ya no le importaba demasiado. Parecía que alguien había pulsado el botón de pausa y su vida se había detenido como los fotogramas de una película congelados indefinidamente en la pantalla.

Estaba decidida, había llegado el momento de dejarlo todo atrás. Por fin podría alejarse de las constantes pesadillas, de las interminables noches de insomnio, del inmenso vacío que se había adueñado de su alma y de la culpa, que pesaba tanto que sentía que nunca más podría levantar cabeza. No podía seguir así, no aguantaba más esa terrible soledad. La tristeza era su única compañera y la melancolía apenas le permitía respirar. “A esta hora mañana ¿dónde estaré?”, se preguntaba a sí misma intentando convencerse de que hacía lo correcto. Quién sabe, quizás mañana a esta hora se encontrarían bajo el mismo reloj en la misma plaza como siempre habían hecho. Esa mágica idea hizo que una inesperada sonrisa se dibujara en su pálido rostro. No sonreía desde aquella fatídica noche. Todo cambió aquella noche y en un instante la felicidad se transformó en un profundo dolor. Por aquel entonces se sentía segura y creía que todo saldría bien. Pero de repente, en un abrir y cerrar de ojos, todo su mundo se derrumbó. Sus innumerables planes, ilusiones y sueños se rompieron en pedazos. Y la esperanza de un nuevo comienzo se había ido desvaneciendo hasta perder totalmente su significado.

Todos los días las imágenes de ese viaje, grabadas a fuego en su memoria, se repetían en bucle y a cámara lenta en su cabeza mientras sus oscuros pensamientos revoloteaban sin rumbo como mariposas atrapadas en un tarro de cristal. Ella trató de esquivar a aquel maldito conductor ebrio. Pero algo en su interior le decía que podía haberlo evitado, que podía haberle salvado. Deseaba haberse ido con él y no podía dejar de imaginar lo que hubiera pasado si hubiera reaccionado de otro modo. Se torturaba pensando que si hubiera girado el volante unas décimas de segundo antes posiblemente no se habrían estrellado contra ese árbol y el impacto habría sido menor. Ese inocente árbol, que sin querer, se interpuso en sus vidas. Tenía la absurda idea de que le había fallado. Y aunque todos a su alrededor le aseguraban, una y otra vez, que nadie en su lugar hubiera podido hacer nada, ninguno de ellos había logrado convencerla por completo.

Sumida en esa maraña de angustiosas reflexiones, había seguido caminando y sin apenas darse cuenta había llegado al puente viejo. Le encantaba ese puente viejo y oxidado que se erguía sobre el cauce de un antiguo río. Ahora solo había rocas y arbustos secos pero a ella le gustaba la paz que desprendía aquel lugar. Tal y como había imaginado, el paraje estaba desierto y había llegado el momento de actuar. Se acercó un poco más a la deteriorada barandilla mientras sus pies se posaban con delicadeza en el borde de la cornisa. Cerró los ojos con fuerza y empezó a inclinarse hacia delante. Sus frágiles manos se aferraban a la baranda impidiendo que la gravedad ejerciera su poder. Pero poco después sus finos dedos comenzaron a soltarse despacio y su cuerpo, suspendido en el aire, alcanzaba un punto de no retorno. Entonces sintió un intenso agarrón en su espalda. Algo tiraba de ella hacia atrás y la desplazaba suavemente a una zona segura. Temblorosa y asustada giró la cabeza y le vio con claridad. Él sonrió y poniendo la mano sobre su pecho desapareció fundiéndose con la bruma nocturna.

 

Obra protegida bajo la licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

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