“Quizás vale la pena investigar lo desconocido, aunque sólo sea porque el sentimiento de no saber es un ser doloroso.”
Bajo la premisa del documental y desde un punto de vista social y reivindicativo, comienzan las andanzas de uno de los directores contemporáneos más característicos, tanto por su estilo visual como por la forma narrativa de sus películas. Aquellas que utilizaba como metáfora de lo que estaba ocurriendo: multitud de espejos y cristales capaces de contar cosas distintas. Porque para Kieslowski siempre existían diversas caras de una misma realidad. Como resultado un cine intimista pero capaz de indagar en los miedos personales y las emociones intangibles. Un tipo de contenido que no busca enseñar una lección a su público, sino más bien plantear cuestiones trascendentales que, al igual que los personajes de sus películas, se enfrentaran con sus propios valores. En consecuencia, un género propio capaz de remover por fuera y por dentro.
Los primeros pasos se suceden con El aficionado (1979), la segunda película dentro de su filmografía. Nos alejamos del ambiente más visual al que nos tiene acostumbrados y se adentra en un terreno mucho más personal. A partir del ojo de la cámara refleja la sociedad de Polonia de finales de los 70, más concretamente de la clase obrera. Una forma de modificar al espectador y convertirlo en primer plano de lo que ocurre a su alrededor, al igual que pasa con su protagonista, Filip, un hombre que encuentra el mundo audiovisual de casualidad tras comprarse su primera cámara. También como un reflejo claro (de nuevo el mundo de lo cristalino) de los pensamientos políticos del propio director.

El aficionado (1979). Documentación cinemática de una realidad social.
Adentrándonos en terrenos más pantanosos a los que nos tiene acostumbrados, no hay que olvidar dos títulos que forjaron el estilo que demostraría en el resto de sus filmografía: No amarás (1988) y No matarás (1988). Una ampliación en formato largometraje de dos decálogos que llevó a la televisión. Krzysztof Kieslowski se aventura en los valores naturales del espécimen humano y sobre sus propios demonios interiores, casi como una exclamación de advertencia a los espectadores.
Pero si hay que hablar del mundo metafísico, es imposible dejar atrás uno de los títulos más especiales y reconocidos dentro de su carrera. La doble vida de Verónica (1991) establece su segunda vida profesional en Francia. A partir del “mito del doble”, nos zambullimos en una historia sobre la casualidad y las consecuencias de las decisiones. Veronika y Weronica viven en dos países totalmente distintos a pesar de ser iguales. Ambas se sienten unidas por los mismos sentimientos y las mismas casualidades. Sin duda alguna, uno de los títulos al mismo tiempo más complicados y más naturales de su director. Una historia que fluye sola, pero que se construye a partir de puros sentimientos y emociones. Y que, al contrario que sus primeros trabajos, encuentra cuidado en cada plano y detalle estético.

La doble vida de Verónica (1991). Kieslowski bajo filtro dorado.
Finalizando en terreno francés, su último conjunto de películas se conforma en una triología: Tres colores: Azul (1993), Tres colores: Blanco (1994) y Tres colores: Rojo (1994). Supone la última incursión de Kieslowski en los sentimientos humanos más puros, incluso rozando la tragicomedia. Sobre todo, tres factores que encarcelan a cada una de las películas del grupo: la libertad, la esperanza y la fraternidad. A pesar de sus argumentos diferentes (de hecho, cada una de ellas se centra más en el drama, la comedia y el misterio) se encuentran conectadas mediante pequeños detalles, que incluso se trasponen a títulos anteriores. Se unen por la similitud de sus protagonistas que, como nos tiene acostumbrados, desvelan su condición imperfecta y que cuentan con actuaciones inherentes a sí mismos. Naturales e imposibles de despegar. Y al mismo tiempo, claros y concisos como si fueran niños pequeños.

Triología de los Tres colores (1993-1994). Azul, Blanco y Rojo.
De nuevo, la estética y la imagen se convierten en uno de los pilares principales tanto para embellecer el fotograma como para mostrar detalles relevantes a modo de metáfora. Todo ello, acompañado de unas magníficas melodías, muchas de ellas también compartidas. Los últimos títulos dentro de la magnífica biografía de Krzysztof Kieslowski, un autor que consiguió traspasar fronteras a partir de sus títulos. Se ha tildado su cine como “de autor”, muy alejado del producto comercial al que estamos acostumbrados. Pero más allá de las etiquetas, su punto se encuentra en la del titiritero que corta las cuerdas a sus muñecos y deja que piensen por sí solos. Un genio de la reflexión. Y que, más allá de dejar una simple huella, consiguió (y sigue consiguiendo a pesar de su ausencia) no solo mover conciencias, sino tocar el corazón de cada uno de las personas.