Pasaban ya diez minutos de las nueve de la noche y el público del Palau Sant Jordi empezaba a agitarse con la impaciencia que solo seis años de espera pueden provocar. Seis años desde la última actuación de Florence + The Machine en España, aunque no en recintos tan espaciosos como el Palau, sino en salas más recatadas como la Bikini de Barcelona. Cuando parecía que los asistentes iban a arrasar el estadio, la banda subió al escenario y sonaron las notas iniciales de What The Water Gave Me (Ceremonials), un tema misterioso y etéreo, como no podía ser de otra manera tratándose de Florence + The Machine. Y entonces apareció ella.

Fotografía por Javi Grande
Ataviada con un vestido de color esmeralda y exquisita pedrería, entró en el foso para acercarse a las primeras filas y agarrar un par de manos cuando la locura no había invadido todavía el recinto. Después, aprovechando el crescendo del coro, la cantante se subió al escenario, invitando a todos los presentes a unir sus voces, a los cuales pocos ánimos les faltaron para cantar a pleno pulmón y acompañarla con palmas entusiastas. Y ya está, sólo habían pasado cinco minutos y Florence Welch ya había conseguido que 18.000 personas cantaran al unísono sólo para ella.
El sábado Florence volvió a mostrar sus dos caras: la tímida y delicada que usa una voz trémula para dirigirse al público y que en los temas más pausados entra en trance, moviendo hasta las puntas de los dedos con precisión y exquisitez; y la que en temas como Ship To Wreck, es capaz de despedir un torrente de voz y moverse por el escenario como una fuerza de la naturaleza, atravesándolo con piruetas o corriendo con tanto ímpetu, que parece que va a echar a volar al llegar al borde. Son estas dos facetas las que la convierten en ese misterio sin resolver tan enigmático y en el corazón del espectáculo.

Fotografía por Javi Grande
Sin embargo, no solo los movimientos y la voz de Welch fueron destacables la noche del sábado. La inclusión de temas instrumentales como Bird Song Intro (Lungs) en su repertorio, demuestra lo detallistas que son Florence + The Machine a la hora de crear sus setlists. Aparte de incluir las canciones más sonadas de su último trabajo como Delilah o What Kind of Man, no faltaron grandes éxitos como Shake It Out, Cosmic Love (en acústico esta vez), Dog Days Are Over o You’ve Got The Love, donde la cantante cumplió su ritual de invitar al público a quitarse las camisetas y zarandearlas al aire. Además, también hubo hueco para momentos muy especiales como la versión en acústico de Sweet Nothing, que desnudado de los remixes de Calvin Harris, se quedaba en un lamento hipnotizador y conmovedor.

Fotografía por Javi Grande
Desde luego, quizás sean las letras sobre el amor, la tristeza y las estrellas, o quizás sea el misticismo que emana la cantante londinense, pero cuando Welch invitaba al público, en el más hippie de los lemas, a repartir paz y amor con estas palabras: “Todo ese amor que nos dais es maravilloso, pero quedaros también un poco para vosotros. Y cuando salgáis ahí fuera, repartid amor. Este mundo necesita más amor”, era palpable en el aire el sentimiento de comunidad que diferencia un concierto de Florence + The Machine de cualquier otro. Ese empeño de la artista de hermanar al público los hace formar parte de algo que transciende la experiencia musical, para convertirse en un derroche de energía, pasión y positividad. ¿Y quién no quiere formar, aunque sea una pequeña parte, de algo así?