La semana más esperada para todos los cinéfilos de la Ciudad Condal volvió otro año más, el Festival de Cine de Autor de Barcelona viene apretando las agendas de los amantes del cine, a veces, más difícil de ver en salas. Como cada edición, el festival apuesta por algunos directores más que reconocidos a nivel mundial como Desplechin o Hong Sang Soo aunque también hay espacio para jóvenes talentos. El DA, como se le conoce comúnmente al festival, suele recoger títulos abrazados por el público en la misma medida que obras dispersas, criticadas o como mínimo controvertidas, que ni siquiera ven fecha de estreno fuera del circuito de festivales.
El Festival de cine de autor eligió para su inauguración de este año la última película de Guadagnino, Cegados por el sol. La película, interpretada por un histriónico Ralph Fiennes y por una inaudible Tilda Swinton, relata un episodio vacacional de una cantante de rock, su actual novio, su exnovio y la hija de éste, en una villa perdida en la aridez italiana. El relato, dirigido por Luca Guadagnino, calbalga torpemente entre el cine negro y el diálogo inverosímil, entre el erotismo y la comedia del absurdo, sobre todo gracias a esa innecesaria entrada de policías paletos recién sacados de un chiste de Jaimito. Sin embargo, lo que a Cegados por el sol más le sobra no es su exceso de planos-bodegón, ni su feísima forma, ni siquiera esos zooms inexplicables. Lo que más sobra a Cegados por el sol es esa tímida decisión de querer ser cinco películas en una a la vez. Ya se sabe, quien mucho abarca poco aprieta. Aún así damos gracias por una banda sonora llena de temas impagables y por un Ralph Fiennes al que no volverán a brindarle la oportunidad de hacer tal homenaje a Mick Jagger.
Pero ya hemos dicho que el DA es un festival de contrastes, y como tal pasamos de un extremo al otro: de lo disperso a lo profundamente poético, emocional y desgarrador. Hablamos de Trois souvenirs de ma jeunesse, la última película de Arnaud Desplechin, un relato de tres recuerdos de la juventud del recurrente Paul Dedalus, interpretado ahora por un debutante Quentin Dolmaire, que dota de una frescura abrumadora al filme.
Tres recuerdos elegidos a conciencia, tres recuerdos que planean entre el drama familiar, el suspense y el drama amoroso, teniendo éste último un especial peso dentro de un filme dividido en esos tres capítulos significativos para Paul Dedalus: el recuerdo de una madre ausente y un padre maltratador que serán determinantes en el desarrollo del personaje de Paul, el recuerdo de un viaje a la URSS con el instituto y el recuerdo del mayor, más real y más doloroso amor de su vida: Esther. La joven, imperfecta y maravillosa a partes iguales será el imán que complete a Paul Dédalus, tan pronto irresistible como imprevisible, tan arisca como romántica, tan irreal y a la real como la vida misma.
La fusión de estos dos personajes, Paul y Esther, sirven a Desplechin para concluir en un relato fuerte, delicado y elegantísimo sobre el amour-fou, sobre las relaciones y sobre la percepción de la vida en pareja y los diferentes procesos por los que ésta puede pasar con el paso del tiempo, desde las promesas eternas del primer día en el que el amor parece coparlo todo hasta las incertidumbres por las que pasa cualquier pareja en un periodo de adaptación al nuevo mundo: cuando uno de los dos vuela, cuando el amor parece inexistente si no lo estás palpando con la yema de los dedos, cuando la locura y las dudas ocupan más espacio en el corazón del que debe, siempre, ocupar todo lo demás. Un relato tan complicado como simple, tan real como la vida misma y tan doloroso como el amor que no es libre, que no entiende de uniones y tampoco de separaciones. El amor más loco de todos; para Paul Dédalus: el primero.