Es difícil no acercarse a La venganza de Jane con cierta desconfianza, quizá con miedo. El proyecto “maldito” de Natalie Portman, iniciado a principios de 2013, ha pasado por todo tipo de altibajos desde su principio de producción hasta ahora que por fin ve la luz en 2016. Actores que entran y salen (Fassbender, Jude Law, Bradley Cooper…), directoras que abandonan el primer día de rodaje y productoras que quiebran antes de empezar un proyecto no son sinónimo de buen augurio. Durante meses, nuestra querida Natalie veía cómo su futuro proyecto hacía aguas. Pero no hay nada más fuerte que una mujer con agallas, y de eso Natalie sabe un rato. Un par de amigos por aquí, un director de repuesto por allá (Gavin O’Connor) y los Wenstein de por medio. Proyecto montado de nuevo. Jane Got A Gun podría haber sido la perfecta heredera de westerns modernos del calibre de True Grit o Slow West; pero no es más que una historia tan preocupada por ser un western de altura, que acaba por no parecerlo.
En el aspecto narrativo podía ser más o menos evidente que la película tendría sus problemas, y sin embargo, se nos antojan estos mucho más pronunciados de lo que se podría esperar. El guión, de una dudosa solidez de base, nos acerca la historia de Jane Hammond (Portman), una mujer obligada a defender su granja tras el ataque a su marido por parte unos bandidos liderados por un bastante irreconocible Ewan McGregor. Así que con su marido maltrecho se ve obligada a pedir ayuda ni más ni menos que a un examante (un pagafantas al que a su esposo querido le había contado que estaba matarile, ¡pero no!).
El ex amante no es otro que Joel Edgerton, quien además coescribe la cinta, y cuya interpretación es ciertamente lo que más destaca de una película difícilmente estructurada, con un excesivo tercer acto y un giro final tramposo y sacado de la manga. La película está además repletísima de flash-backs que más que ayudar a entender mejor el pasado común de Jane y su antiguo amor Dan, el cual se intuye desde su primera escena juntos, nos provoca una cierta sensación de distracción, de hastío, de empacho. Demasiadas vueltas al pasado cuando una sola escena bien guionizada con dos bestias como Portman y Edgerton hubiera bastado para comprender. La venganza de Jane acaba siendo dos películas dentro de la misma película; detalle que no nos parecería mal, si las dos historias no estuvieran estiradas en el tiempo como un chicle, y si el western que esperábamos ver no se hubiera convertido en un triángulo amoroso «Gavilanero».
En lo visual, la película plantea algunos aspectos interesantes, como toda las secuencias de acción de la cabaña, siempre vistas desde el interior de la misma, consiguiendo una cierta sensación de agobio, sobre todo bajo la perspectiva de aquella pared-colador. Mucho tiene que ver en ello una magnífica labor en la fotografía del filme. Y es que Mandy Walker se esfuerza increíblemente por crear el ambiente, por buscar el plano, la perspectiva, el color, los tonos y la calidez del sol reflejándose en las tierras áridas de Nuevo México, el claroscuro. Y sin embargo hay algo en el conjunto de la película que hace que todo elemento parezca excesivamente impostado, buscado y edulcorado para gusto y disfrute de todos los tipos de público.
Jane tenía una pistola, sí, pero el caso es nunca supo cómo usarla porque lo suyo era la escopeta. El viejo dicho de toda la vida «si no sabes… ¿para qué te metes?»
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