Como dice el dicho: “Segundas partes nunca fueron buenas” y eso es lo que le pasa a la segunda entrega de “Independence day: El contraataque”.
Si volvemos a sus orígenes, a muchos de los lectores el estreno de Independence Day les coge en su adolescencia y para muchos otros es un recuerdo muy lejano. Pero si hacemos un esfuerzo en recordar, nos viene a la mente la imagen carismática de Will Smith. Y es que aunque en su momento fue una película que tuvo su público, sin duda no ha pasado desapercibida en el paso del tiempo. Pero en una cosa estamos todos de acuerdo, y es que si ahora la volvemos a poner lo más seguro es que nos horrorice.
En lineas generales esta última entrega es bastante arriesgada, querer hacer algo moderno con una nueva plantilla es un salto al vacío que puede salir mal o bien, pero desgraciadamente no les sale bien y les juega una mala pasada.
En esta entrega contamos con caras como la de Liam Hemsworth (Jake Morrison), Jessie Usher (Dylan Hiller), Maika Monroe (Patricia Whitmore) y Sela Ward (Presidenta Lanford), entre otros. En ocasiones no sabemos si es una buena apuesta o no, ya que el conocido Hemsworth está tan poco explotado que parece un adorno, más bien puede venderse a otro tipo de público más adolescente.
Después de haber visto la secuela, nos preguntamos que se le pasaba por la cabeza a Roland Emmerich en el momento que decidió retomar una película 20 años después y trabajarla tan poco que su resultado llega a ser un aprobado por los pelos.
“Independence Day: El contraataque” es un desajuste por todos los departamentos. Empezando por el guión que se corona con el premio de lo absurdo. No conseguimos empatizar con los nuevos personajes, sus frases son tan inconexas que en ocasiones se vuelve un melodrama barato. La primera parte se hace aburrida, si a eso se le suma que el espacio nos desorienta y que su montaje en ocasiones peca de exceso de información y en otras su mala construcción del relato. Eso provoca que mientras estamos intentando conectar con una nueva entrega “más moderna” el tiempo se pase tan lento que desconectemos y estemos esperando que la acción empiece ya.
Y de repente sucede, ese momento que está esperando ansioso el espectador. Por fin empieza la acción, que aunque llegue tarde, nos hace un favor y nos entretiene la última parte de la película. Aunque sigue en su linea de lo absurdo y sin sentido, nuestra retina disfruta viendo la apocalipsis. Una sucesión de contenido visual que hace que nuestro morbo se deleite de un buen trabajo de efectos especiales.
Es la única parte de la película en la que parece estar todo más controlado, su ritmo y sus interpretaciones se ajustan a un espectáculo visual que cumple con las expectativas de un espectador que lo que quiere es disfrutar en una sala de cine, y más aun después de una primera parte aburrida y lenta.
Pero si en algo estamos totalmente en desacuerdo es con su final abierto, Roland Emmerich no se lo ha pensado dos veces y nos mete ya la opción de que pueda haber una tercera parte. Esperamos que no, o que al menos esta vez piense un poco más en otros contenidos de su película.
Pingback: Estrenos en crudo: todos queremos a Linklater | NO SUBMARINES