Imaginad emprender un viaje de 120 años a través del espacio exterior. Imaginad que algo sale mal y que el destino trunca vuestras esperanzas de vivir aventuras y empezar de cero lejos de la Tierra. Imaginad despertar 90 años antes del final de la travesía. Imaginad estar solos flotando en lo más profundo del universo. Imaginad llorar, reír y enamoraros en una nave espacial. Imaginad todo esto y sabréis lo que es Passengers.
A pesar de que las críticas positivas sobre Passengers no fueran demasiadas, la película me llamaba la atención por su sinopsis, reparto y, sobre todo, por su director, Morten Tyldum, que ya me convenció con The Imitation Game. Lo más positivo de Passengers es que no pretende ser una película de ciencia ficción espectacular, sino una historia emocional y humana en un escenario galáctico. Une con naturalidad géneros cinematográficos dispares como la ciencia ficción y el romance, aderezados con algunos toques de humor.
Todo esto con apenas cuatro personajes o, mejor dicho, tres y medio, ya que Michael Sheen interpreta a un androide. El protagonismo recae sobre Jennifer Lawrence y Chris Pratt, resultando evidente la química entre ambos. Aunque Lawrence no defrauda en el papel de Aurora, una periodista estadounidense con el propósito de escribir el mejor reportaje de todos los tiempos en el nuevo planeta, Chris Pratt destaca especialmente, sobre todo en los primeros treinta minutos de metraje. Y es que el actor de Jurassic World y Guardianes de la Galaxia refleja a la perfección la desesperación y angustia que siente el mecánico Jim al despertarse solo en una nave casi un siglo antes de su aterrizaje. Es la reencarnación del náufrago de Tom Hanks, pero en versión sideral.
La línea estética y los efectos visuales también son remarcables, especialmente las escenas en las que se recrea la pérdida de gravedad, con un realismo muy logrado. Contrastando con la fotografía futurista del film, destaca una banda sonora que incluye clásicos del rock como Like a Rolling Stone de Bob Dylan.
Passengers desemboca en un desenlace que, más que resultar predecible, es justo. El espectador más sensible no podrá evitar emocionarse y liberar tensión acumulada ante una película que no tiene más pretensiones que entretener y narrar una historia sobre personas a personas.
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