Rubio, de aspecto intencionadamente desaliñado y con una melancólica y profunda mirada azul. Tenía 27 años y la tristeza enganchada en el alma. Fue un electricista quien encontró su cadáver tres días después de muerto. Kurt Cobain estaba vestido con sus vaqueros rotos. Había subido al altillo que había sobre el garaje. Fumó un par de cigarrillos y consumió heroína. En algún momento de ese 5 de abril, se colocó la pistola en la boca y apretó el gatillo.
Le torturaba el estómago y su infancia. Buscó eternamente ser aceptado y aceptarse y en medio de la rabia y el dolor, encontró su refugio en la heroína. Se buscó desesperadamente. No encontró nada. Quería morir y nada podía salvarlo. Ni siquiera el inmenso amor que sentía por su hija lo agarró a la vida.
El antihéroe no quería ser héroe. No quería ser portavoz de ninguna generación. Paradójicamente, se convirtió en su icono. Torturado internamente, sufría sin límite. Fracturado entre los privilegios de ser una gran estrella y el remordimiento por romper con el tradicional modelo de vida punk. Lo que realmente quería era ser provocador, sucio e impopular, llevar sus pelos a mechones y sus jeans rotos con camisas de franela. ¿Sus dogmas? Anticomercio, contracultura y cero importancia a la imagen. Irónicamente, lo contrario de lo que el tiempo le devolvió.
Para Kurt Cobain, compositor y cantante de Nirvana, como para otros adolescentes de la “Generación X”, la música se convirtió en una manera de evadir la mente, ante la frustración de no encajar en la sociedad. La etiqueta de alternativo marcaba la intencionada diferencia que buscaban. Y en medio de esa apatía vital y depresiva, algo cambió en la música. Nació el grunge.
Surgido como una nueva alternativa al pop más comercial, llegó para romper con el glam de los ochenta, utilizando para ello la fórmula inversa: “la pose de la antipose”. Buscaban elaborar un sonido más auténtico y menos producido, pero no estaban solos. Los grandísimos Sonic Youth apoyaron y promovieron la escena de Seattle y su influencia reforzó las actitudes decididamente independientes de aquellos jóvenes músicos. Así nació este híbrido, hijo del punk y del metal. Demasiado trabajado para ser punk, demasiado flojo para ser metal y demasiado bueno para no ser digerido en masa.
El día 24 de septiembre del año 1991, un tema interpretado por un joven con la voz grave y raspada, llegó al número uno de los Billboard. Algo estaba cambiando. En enero de 1992, ya había más de doce millones de copias vendidas en todo el mundo, arrancando de las primeras posiciones al Dangerous de Michael Jackson y al Use Your Illusion de Guns N’ Roses.
El público se enamoró al instante de Nevermind. Era un álbum que llegaba, sin necesidad de nada más. Por primera vez la música alternativa podía “competir” con la música pop y el hard rock. Smells Like Teen Spirit trascendió a su propia naturaleza y se convirtió en un himno. Kurt en la voz de los que se sentían incomprendidos.
Autodidacta desde los catorce años, una guitarra cayó en sus manos como terapia para solucionar sus conflictos internos. Melómano y humilde, admiraba profundamente a los Pixies y le apasionaba la música de grupos como Black Flag, The Vaselines, Wipers, Butthole Surfers o las chicas de The Breeders. Su técnica y las secuencias de los acordes que utilizaba en sus temas eran muy simples. Sus composiciones eran de fácil recepción. Detrás de sus creaciones no se ocultaban desarrollos complejos, sino un esqueleto repetitivo y simple. Pero nunca ocultó nada. Simplemente era un joven que buscaba su lugar y la música se lo ofreció. Todo lo que después sucedió, eso ya era ajeno a él.
Sus tres trabajos fueron un éxito y lo underground se convirtió en un producto de masas. Kurt deseaba su lugar en la música, pero no todo lo demás. El éxito implicaba publicidad y baños de multitudes y esto iba en contra de su ideología. ¿O quizás no tanto? Vivía y sufría en una compleja dicotomía. Despreciaba a los críticos y al sistema, pero leía sus reseñas una y otra vez. Decía que le molestaba la atención que recibía en el canal MTV, pero llamaba a su mánager constantemente para preguntar por qué no pasaban sus videos más a menudo. Decía odiar que el público le pidiera Smells Like Teen Spirit en los conciertos, pero continuamente lo incluía en su repertorio. Al final, las vísceras luchando entre ellas y la contradicción vital fueron mortales.
“Es mejor quemarse que apagarse lentamente”
Sólo publicó tres discos de estudio. A pesar de ello, sus canciones sobre la violencia, el desamor, las drogas y la desesperanza, lo elevaron al Olimpo de los dioses para toda una generación. Kurt Cobain fue colocado en el puesto 45 entre los 100 cantantes más grandes de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone. Hoy las cifras del “negocio Nirvana” producen escalofríos. Han vendido hasta la fecha más de cincuenta millones de álbumes en todo el mundo, incluyendo sus tres discos de estudio y varias antologías. Solamente el disco Nevermind, lleva vendidos más de treinta millones de unidades, ingresando en el año 2014 en el Salón de la Fama del Rock and Roll. El símbolo del antisistema entraba en el mercado y lo hacía por la puerta grande.
Kurt Cobain nació en Aberdeen, Washington un 20 de febrero del año 1967. Cuando murió, ya había revolucionado los paradigmas musicales de su época. ¿Después?
Después nada volvería a ser igual. Hoy cumpliría 50 años. ¿Y quién sabe? Quizás al ver en lo que se ha convertido la música esbozaría una irónica sonrisa.
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