Hasta ahora, la industria de Hollywood nos ha tenido acostumbrados a productos fácilmente “consumibles” denominados blockbuster, entre los que se encuentran algunos títulos de la talla de A todo gas; películas sobre persecuciones, explosiones y coches que solo parecen desprender testosterona por cada fotograma. Entonces, ¿debemos presuponer que Baby Driver continúa esta fórmula?
Edgard Wright (Zombies Party, Arma Fatal, Scott Pilgrim contra el mundo) se pone a las manos de un proyecto que busca innovar el género “de persecuciones” con una nueva historia y, sobre todo, un nuevo estilo. Y vaya si lo consigue. En esta caso, Baby (Ansel Elgort) es un talentoso conductor que se ve obligado a trabajar para una banda criminal, liderada por un poderoso hombre (Kevin Spacey), para saldar sus deudas.
El argumento es sencillo y sin sorpresivas revelaciones, sin embargo el ritmo inherente convierte la acción en una persecución constante propia de un thriller. Un caos que te obliga a mantener los ojos pegados a la pantalla, con escenas que llevan ese tinte de locura que solo el propio Edgar Wright podría firmar.
Junto al apabullante tiroteo de ritmos, chistes y comedia negra, se dispersan unos personajes que, a pesar de su estereotipo, conforman el apocalipsis perfecto. El elenco de actores de los que se rodea este filme le hace alzarse del mero sarcasmo a puro y duro diamante de ingenio. En especial cabe destacar la figura de Kevin Spacey (duro pero elegante), Jon Hamm que sorprende con una inusitada evolución y el mismo Ansel Elgort.
El círculo se cierra con la maestría de la banda sonora, esta vez de la mano de Steven Price. En este caso, la música se convierte en el hilo conductor principal y que marcará los distintos ritmos de lo que ocurre en pantalla. Y este es uno de los aspectos que, aunque parezcan de menor relevancia, es lo que denota que la película al completo está cuidada.
Es más: ¿quién se atreve a contar las veces que no hay ninguna melodía de fondo? Os van a sobrar dedos de ambas manos. Porque hasta en eso ha sido un pelín canallita nuestro querido Wright; llegando a conseguir este caos tan perfecto, gamberro y necesario que, de forma irremediable, la industria estaba pidiendo a gritos.