Llevábamos tiempo expectantes de cómo sería la vuelta de nuestra araña favorita, especialmente tras su cameo en Civil War. ¿Ha conseguido nuestro trepidante amigo llegar a las alturas de su tan esperado retorno a la gran pantalla? Desde aquí podemos afirmar que sí; porque lo de Spider-Man: Homecoming no es más que una agradable vuelta del Spider-Man más vecino y de andar por casa hasta el momento.
De la mano de Jon Watts, la adaptación del famoso personaje nos relata, esta vez, cómo Peter Parker redescubre su nuevo poder tras su primera experiencia vivida con Los Vengadores. Bajo la mirada de su mentor, Tony Stark, intentará vivir una vida normal, aunque eso sea lo que a Peter menos le apetezca. ¿Conseguirá el adolescente demostrar su valía a los superhéroes más reconocidos del mundo?
Y es que amigos, podemos todos estar contentos porque sí: Spider-man ha vuelto. En esta última entrega, se consigue reflejar a la perfección el carácter burlón y torpe de nuestra araña favorita. A pesar de ser una historia reconocida, este reboot consigue enfocar todo su desarrollo de manera fresca y divertida, a la par que la acción resulta muy buena, sin llegar a sobreponerse.
Encontramos a un Peter Parker que se come la pantalla, gracias a un Tom Holland que se calza el “mono” arácnido a la perfección. Con un aire un poco más modernizado, pero manteniendo el mismo carácter, la personalidad del personaje (elemento imprescindible en su personaje) no llega a resultar pesada, ni rallante por el estilo. De hecho, Spider-man: Homecoming consigue crear un “Spider-Man” más vulnerable y entrañable si cabe. A Deadpool le gusta esto.
Sin embargo, existen algunos detalles importantes que hacen perder fuerza al conjunto. A partir de la segunda mitad del filme, la fuerza empieza a caer aunque no llegue a estrellarse. Con ello, el malo al que debe enfrentarse nuestro héroe (encarnado por Mikel Keaton) no termina de ganarse la pantalla ni de convertirse en el antagonista que Spider-Man necesita. No existe como tal una figura que llegue a crear temor o verdadero pánico por el “qué hará”. Vulture solo consigue crear una fría y delicada indiferencia con sus acciones hacia el espectador.
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