La década de los 90 se encuentra llena de leyendas e historias que ennegrecen la panorámica de una España que se encuentra, todavía, en pleno de desarrollo tras un largo periodo de transición. Los fantasmas, demonios y entes sobrenaturales se convierten en protagonistas; los niños empiezan a interesarse por «juegos» alternativos y la ouija se reparte en los kioskos.
Bajo esta premisa, Paco Plaza recoge una de las historias más escalofriantes que acontecieron, en esta época, bajo este juego macabro. Una descripción real sobre posesiones infernales, cuya protagonista adolescente, Verónica, le tocó tristemente vivir.
El famoso director de terror vuelve años después de su última película, Rec 3, para reflejar este sentimiento de misterio de entonces. Como ha afirmado él mismo, la historia de Verónica, junta a otros dos casos, sirven para construir este dibujo de histeria y desesperación ante lo desconocido. Un esbozo donde lo sobrenatural supera las barreras y demuestra que nunca hay que jugar con fuego. Y menos si no conoces las reglas.
A pesar de contar con una narrativa clásica y previsible del género, Plaza consigue llevarla a su terreno y sellarla bajo su firma propia. La tensión constante prevalece por encima de los «sustos» y la construcción de la historia, aunque sencilla, termina estremeciendo por la credibilidad de sus actos.
También se le debe gran mérito en este punto a los «pequeños» protagonistas de la película y que son los principales ojos del espectador. Sandra Escacena se encarga de encarnar a la joven Verónica junto a sus hermanas en pantalla, Bruna González y Claudia Placer.
Por último, queda hablar de la banda sonora protagonizada por Héroes del Silencio, en muchas ocasiones funcionando casi como una pura ironía con sus letras respecto a lo acontecido en pantalla. Acompañan, muchas veces en sobre exceso (como ocurre con otros efectos de sonido) como un icono también de la época que acontece. Junto a una historia que desgarra; pero que cuando la sopesas, más por pena que por terror profundo.