Criada entre bambalinas, rollos de película y frases tachadas en guiones interminables. Hija de un icono del campo cinematográfico: Francis Ford Coppola, uno de los pilares centrales del cine contemporáneo. A pesar de ello, la sombra de su padre no ha sido lo suficientemente alargada para esconderla y ha sabido hacerse un hueco como la voz femenina (y feminista) del cine independiente. Su voz resuena con la dulzura del sentimiento y la dureza de la lucha; puro corazón, cuyos títulos parecen vivir en un sueño grabado en celuloide. Uno que solo Sofia Coppola es capaz de hacernos rememorar.

Tras una presencia desde su más tierna niñez delante de las cámaras, Coppola coge la sartén por el mango y decide empezar a hacer sus propias historias. Los primeros pasos, torpes y a gatas, tienen lugar entre 1996 y 1998, gracias a la elaboración de sus dos únicos cortometrajes. Será en 1999 cuando molde Las Vírgenes Suicidas, basada en la novela de Jeffrey Eugenides.

Al frente de la dirección y el guión, la directora empieza a plantear las pinceladas de lo que en un futuro se convertirá en pura referencia. La historia, intimista y cruda, nos plantea temas tan crudos como la muerte y el suicidio, desde el punto de vista de unas adolescentes que reclaman la perfección americana. Una metáfora sobre la propia comunidad y, de forma mucho más profunda, los temores de uno mismo; todo ello planteado con unas protagonistas que se alejan del pesado mazo que recaía sobre el papel femenino de entonces.

Pero, sin duda alguna, su gran éxito llegará unos años más tarde, con la creación de una de las historias románticas más icónicas dentro del cine. Lost In Translation (2003) se envuelve de una magia que solo es capaz de darle Coppola bajo su batuta. Una en la que enmienda una relación incontenible y tan personal que duele por cada fotograma.

Un reflejo y bonito recuerdo de su relación con Spike Jonze, cuya eternidad se entremezcla en el corazón de cada persona que lo ve. Y que demuestra que la persona más inesperada puede ser aquella que remueva todo tu mundo.

Embargada de estatuillas, 2006 la recibe con la llegada de María Antonieta, la biografía de la famosa monarca francesa. Kirsten Dunst vuelve ante las cámaras como protagonita (tras Las Vírgenes Suicidas) e interpreta a la perfección las vivencias de su majestad desde su llegada a Versalles hasta la Revolución Francesa.

La película, que destaca especialmente por su dulzura, estilo y banda sonora, también bebe ávidamente de la natural ironía con la que juega su directora en cada uno de los escenarios. Donde se mezcla la petulancia de la realiza frente a la pura realidad.

Durante la última década la han acompañado otros títulos que, aunque «menores», continúan en su línea. Por un lado encontramos Somewhere (2010), donde trata la maravillosa relación entre un padre y su hija; y The Bling Ring (2013) un drama basado en hechos reales, donde unos jóvenes se dedicaban a asaltar las casas de los famosos para, en el fondo, intentar ser uno más de ellos.

Una carrera que lleva poco más de una década y que ya ha sabido hacerse su hueco propio, gracias a su estilo personal. La ironía en los detalles, la sensibilidad de los guiones y la creación de personajes femeninos diversos y presentes, redoblan su valor como directora de la realidad sentimental. Realidades ficticias a parte, cuyo corazón se ve en bandeja desde el primer momento; porque es así: Coppola sabe como escribir una buena historia de amor (de todo tipo). Una con filtro bonito de Instagram y una banda sonora que te cagas.