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‘A silent voice’: una poesía visual contra el bullying

El joven Ishida carga con un gran peso sobre sus hombros; desde hace años, se siente mal por encargarse de obligar a la nueva niña sorda que llegó a su escuela tiempo atrás: la amigable Shôko Nishimiya. Ante la impotencia de su pasado, el joven intentará redimir los fantasmas de su pasado y, al mismo tiempo, los suyos propios. Aquellos que le han perseguido desde el momento clave de su infancia.

De esta forma se construye el último trabajo de animación del director Naoko Yamada (Tamako Love Story, K-ON!) que ha revolucionado a gran parte de la crítica internacional. Bajo la premisa de una simple historia sobre la infancia, enmarcada en la sociedad japonesa, el punto distintivo es la crítica voraz hacia una de las problemáticas más comunes: el acoso escolar.

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En este caso, Yamada busca reflejar un punto diferente de vista: el del acosador que, en un momento dado se vuelve la víctima de su propio terror interior. Un reflejo de cómo la violencia es la respuesta ante la propia inseguridad; y que, además, no existe una única forma de “hacer bullying”. En este caso, hace especial hincapié en el elemento de la “ignorancia” del resto de gente o el mero hecho de apartar la vista (por miedo).

Así el relato se construye de una forma natural y con un toque especialmente delicado que trasciende las bases de lo que significa la amistad para las personas. El miedo a no pertenecer a ninguna parte del mundo; de abrirse al resto por salir aún más heridos de lo que uno ya está. Los personajes se transforman en diversos “prototipos” (aunque no típicos) que manifiestan los diversos sentimientos.

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Un obligado visionado tanto para jóvenes como para adultos para concienciar sobre una problemática social presente. Y, especialmente, para reconocer en cada uno, que a pesar del tiempo y tu propio trabajo en el interior, siempre necesitarás a tu pequeña manada para ayudarte a superar los fantasmas interiores que aparecen por la noche.

Porque todos tenemos derecho a equivocarnos. Solo hay que aprender una de las funciones más complicadas del mundo: reconocer tus errores y decir “lo siento”.

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