Quien dijo que segundas partes nunca fueron buenas, parece ser que no conocía el nombre de Yôji Yamada (Nagasaki: recuerdos de mi hijo, Una familia de Tokio, La casa del tejado rojo), el director japonés que continúa la historia de la familia más desternillante de todo Japón. De la ligera narrativa familiar de Maravillosa familia de Tokio, se resuelve un verano lleno de acontecimientos para la familia de Shuzo, el «patriarca».
El matrimonio continúa sufriendo sus altibajos dentro de la normalidad que conocen. Mientras la madre, Tomiko, se encuentra de viaje para ver las auroras boreales, los hijos comenzarán a crear un plan para evitar uno de los males que achacan a la vejez de su padre: su cabezonería con no dejar de conducir.
A pesar de la sencilla premisa que se antepone a esa secuela, Verano de una familia de Tokio se desdibuja, como su antecesora, como un reflejo de las polémicas familiares de cualquier familia. La comedia se enciende gracias a lo absurdamente reconocibles que uno encuentra en los detalles del diálogo: las discusiones, los «tejemanejes» de los hijos a espaldas de sus padres, los distintos puntos de vista generacionales, etc.
De esta forma, Yamada busca volver a encontrar en su película un espejo donde los espectadores puedan reírse de su rutina, de su vida y de su loco núcleo familiar. Con el objetivo único de disfrutar de la normatividad y de saber que todos tenemos una familia que está como una cabra.
A esto se le suma, además, uno de los puntos más fuertes con los que juega el director: la creación de sus personajes; dotándolos, de la forma más natural posible, de un aura entrañable dentro del genio distintivo de cada uno. Además de construirles una evolución natural dentro de la historia, que demuestra que todos tenemos derecho a equivocarnos: lo importante es remediarlo a tiempo.
Pero quizá el mensaje que más me gusta, tanto de esta parte como de su hermana mayor, es la importancia de la familia. Bien es sabido que muchas veces es complicado lidiar con ella, a veces incluso rozando la exasperación. Sin embargo, a la hora de la verdad, siempre serán las personas que estarán ahí para apoyarte en los momentos que más lo necesites. Aunque sea a regañadientes: así es el amor en familia.