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D’A 2018 día 1: ya hemos visto una obra maestra

Largas colas ya en el primer fin de semana del D’A 2018 en todas las sedes del festival. Han merecido casi todas la pena y a pesar de llevar tres días, ya podemos decir que hemos visto la obra maestra de esta edición y posiblemente una de las mejores películas del año. Hablamos por supuesto de la nueva película de Nobuhiro Suwa, El león duerme esta noche. La inauguración del festival corrió a cargo de On Chesil Beach el pasado jueves, y de ellas dos y alguna otra elegida hablaremos en esta crónica.

ON CHESIL BEACH

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Sin habernos aún olvidado de aquel escenón y del vestido verde de Keira Knightley en Expiación, nos llega una nueva adaptación de otra novela de Ian McEwan: On Chesil Beach. Ataviada aquí con un vestido de dos piezas azul turquesa inolvidable, Saoirse Ronan (Florence en la cinta) protagoniza este no tan típico drama de alcoba que destapa un asunto más que preocupante para los nuevos matrimonios en los años 60: la noche de bodas.

Florence y Ed son una pareja de recién casados que deciden pasar su luna de miel en un hotel en Chesil Beach. Ambos se adoran mutuamente, la felicidad les embriaga y, sin embargo, no pueden hacer nada para evitar que su noche de bodas sea una auténtica hecatombe. Los flashbacks introducidos casi a modo de “juego de la prenda” durante la película, nos irán narrando la historia de amor de la pareja y cómo sus diferentes vidas se cruzan por azar provocando una explosión de afinidad y de cariño mutuo que les lleva a comprometerse en matrimonio sin pensar que quizá les queda mucho -demasiado- por descubrir el uno del otro.

On Chesil Beach comienza como una aventura un tanto edulcorada para 2018, pero es necesario contextualizar las cosas. Puedo imaginarme que la historia no vaya tan desencaminada para estar situada en 1962, una época en la que era real la existencia de ese amor romántico, de la explosión de sentimientos al encontrar a alguien con quien compartir tus aficiones o directamente tu vida y, sobre todo, la tranquilidad (y más de cara a la galería) de saber que no ibas a “quedarte solo” para siempre. Una época en la que la presión social era tan fuerte como para mirarte como un bicho raro si decidías permanecer soltero, pero que a la vez te recluía a los cines para poder besar con tranquilidad a tu pareja. Ni hablemos de tocar más piel de la debida antes del matrimonio.

Florence y Ed representan todo, esto pero mirando desde la barrera: pues ellos no son ni la típica pareja que sale a bailar, ni la que quiere besarse hasta el infinito en la oscuridad de las salas. Es precisamente cuando este amor romántico termina de ser contado y la situación en aquella habitación de Chesil Beach se pone fea, cuando la película resulta enteramente interesante ya que, más allá de su estructura más o menos acertada (sus últimos 20 minutos son apresuradísimos y rompen el ritmo que lleva el metraje hasta entonces) creo que On Chesil Beach es, cuanto menos, un interesante ejercicio de reflexión. Ni muchísimo menos es un ejercicio de reflexión exclusivamente femenina, pero sí que como mujer me hace replantearme lo que pudieron vivir mis abuelas o tatarabuelas que, quizá al igual que Florence, no vieran el sexo como algo de lo que había que disfrutar, sino algo que ellas debían “regalarle” a sus maridos. Quizá ellas no tuvieran ningún pasado oculto al respecto como sí lo tiene Florence, pero lo cierto es que On Chesil Beach, me deja un cierto poso de desaliento y desesperanza por ese pasado del que, nos guste reconocerlo o no, aún quedan resquicios.

Historias como la de On Chesil Beach nos recuerdan por un lado, la importancia de una buena educación social que nos haga mirar el futuro de otra manera. Por otro, nos recuerda que las decisiones que tomamos marcan nuestro futuro y que, muchas veces, el reposo y pensar las cosas dos veces antes de hacerlas son nuestros mejores aliados.

EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE

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A veces te topas con películas cuya naturalidad y delicadeza superan con creces todo lo que hayas visto o puedas ver en un amplio periodo a la redonda. Un ejemplo de ello es El león duerme esta noche, la nueva película de Nobuhiro Suwa y me aventuro a decir que una de las obras maestras de este año, no solamente por tener la valentía de juntar constantemente a 10 niños hablando sin parar, sino por ser capaz de construir un relato de amor al cine, dentro del cine, de una manera sencillísima y efectiva como pocas. Como no podía ser de otra manera, Jean-Pierre Léaud protagoniza esta cinta de Suwa, director más cercano a la Nouvelle Vague que a cualquier otro movimiento cinematográfico.

Jean (así se llama en la cinta el propio Jean-Pierre Léaud) es un actor en sus últimos años de vida que ve pospuesto el rodaje de su película a causa de la depresión de su coprotagonista. El inesperado parón le lleva a la casa abandonada de su antigua amante: un enorme caserón a las afueras de un pueblo perdido digno de la mejor de las películas de terror. Bien lo saben los diez niños que conforman la pandilla de la aldea y que, en sus ratos libres de verano, tienen la ilusión de hacer una película que, deciden, van a rodar en el caserón. Jean y los niños tendrán un primer encuentro de lo más cómico pero, a partir de ahí, la historia discurre en una medida perfecta entre lo entrañable y lo agónico, con Jean en el epicentro de este grupo de niños cuya vitalidad y emoción, traspasa la gran pantalla y contrasta con una energia que por su parte ya se está apagando a todas luces.

El león duerme esta noche ocurre así, en dos vertientes paralelas de igual importancia. Por un lado, el subconsciente de Jean le hace reencontrarse en el caserón con Juliette, su antiguo y único amor, fallecida años atrás. Por otro, el grupo de pequeños le hacen reencontrarse con esa magia del cine que consideraba también perdida. Jean vuelve a ser, momentáneamente, la persona que un día fue. A pesar de que los años le persigan y él viva esperando a la muerte de cara. La película fluye mágica, como si Suwa no hubiera querido interferir en nada, ni siquiera en esos diez niños hablando a la vez a los que casi cuesta identificar y entender. Ellos escriben, interpretan y dirigen la película dentro de la película, con una naturalidad ante la que tenemos que rendirnos sin más absoluto remedio.

«Es sencillo. Es sencillo y es bello. Se nota que le habéis puesto pasión, que habéis disfrutado con ello». Nunca una frase de guión definió mejor la propia película a la que pertenece. Nunca una historia de fantasmas fue más dulce, más emotiva y más natural. Nunca una reflexión sobre la magnificencia del cine y de la vida fueron tan de la mano.

LOS FANTASMAS DE ISMAEL

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Ismael (Mathie Amalric) es un escritor de simpatía selectiva que vive encerrado en su casa escribiendo guiones con el único contacto humano exterior de su suegro, desde que su mujer desapareció 21 años atrás. Un día conoce a otra mujer, Sylvia (Charlotte Gainsbourg) y decide que ella puede ser esa persona que llene el hueco dejado por su anterior mujer a la que considera muerta. En uno de los exilios de escritura de la pareja a su casa de la playa, se presenta de nuevo en su vida Carlotta (Marion Cotillard) la mujer desaparecida que resulta no estar muerta y que quiere volver a tener la relación que tenía hace 20 años con su marido.

Lo nuevo de Arnaud Desplechin es, por así decirlo, droga dura. Y ya no porque bajo un halo intelectualoide encontremos al posiblemente más desagradable y patético personaje de toda su filmografía: un tipo agresivo y abusivo, que se aprovecha de cualquier situación y al que cualquier problema que se le presente se nos queda corto. Sino porque Los fantasmas de Ismael tiene un problema de base y es su absoluta desconexión interna, sea o no esta intencionada. Desplechin nos presenta por un lado la historia de Ismael y sus dos mujeres orbitantes a la espera de cariño, por otro un mundo interno en el que Ismael recrea la historia del ya recurrente personaje de ficción, Ivan Dédalus, por otro lado los tejemanejes del cine y de la película que Ismael está rodando…

Solo tres de un sin fin de subtramas que acaban convirtiéndose en una telaraña, un puñado de escenas pegadas con cierto afán de maltrato al espectador, inconexas y por descontado laberínticas narrativamente. Sería muy injusto cargar a unos actores espectaculares con la amargura del peso de un guión que no se sostiene por ningún sitio, por más vueltas que se le den. ¿Dónde ha quedado la magnificencia de Tres recuerdos de mi juventud? Tenemos demasiado reciente su buen sabor de boca como para no hacer la odiosa comparación.

NIGHT IS SHORT, WALK ON GIRL

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El hito de la animación japonesa ya se ganó su título con Mind Game. Pero lo cierto es que lo nuevo de Masaaki Yuasa es una de esas películas cuyo contenido y forma no se pueden ni empezar a describir. Drama, musical, comedia, diversión y, sobre todo, un vastísimo derroche de imaginación capaz de dejar a todo el patio de butacas boquiabierto.

Dejando a un lado el espectáculo visual que ya es de por sí la película, narrativamente hablando Night is short, walk on girl se disfruta más cuando no intentas seguirla en una línea recta y, por el contrario, te dejas seducir y sorprender por la propia película y sus variopintos escenarios. Unos escenarios que pueden albergar -casi- cualquier cosa.

No en vano la premisa del film es la de un joven enamorado de una chica con la que va forzando encuentros fallidos hasta llegar a la noche en la que pretende dar un paso más. La chica en cuestión resulta ser la más (o la menos, según se mire) borracha del lugar, capaz de superar bebiendo a cualquier alchólico de pacotilla que se le ponga por delante. Como la noche es joven y Masaaki Yuasa lo sabe, las aventuras de la chica no se quedan entre botellas, sino que una cosa lleva a la otra y acabamos asistiendo atónitos a un desfile de situaciones y escenarios auténticamente desternillantes, a la par que surrealistas.

Narrativamente excéntrica, loquísima y con pasajes descacharrantes, el nipón consigue con su Night is short, walk on girl, una proeza absoluta que nadie debería perderse. Un sobresaliente catedralicio para terminar el día como se merece.

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