Dos horas y media, seis actos y un epílogo son suficientes para convertir a Suspiria en todo un referente del remake. El largometraje, acogido con buenas críticas en Venecia y Sitges, llega el 5 de diciembre a la gran pantalla y lo hará de la forma más estremecedora.
Pese a que parezca que acabamos de agradecerle a Guadagnino la duración, empecemos por lo último: la traca final se hace latosa, el espectador no puede disfrutar del clímax como debería. Sin embargo, lo cierto es que no culminar con creces no te priva del gozo. Y es que el director italiano, con ayuda de planos teñidos de verde y rojo, el sublime montaje, la poderosa cohesión musical entre planos guiada por la voz de Thom Yorke, y el constante suspense hacen de la nueva Suspiria un clásico, quedando muy por encima de la peli de Argento.
Siguiendo el hilo conductor de la giallo de 1977, el director italiano cuenta la historia de Susie Bannion (Dakota Johnson), una bailarina americana que se desplaza a Berlín con el deseo de unirse a la academia de Madame Blanc (Tilda Swinton). Contra todo pronóstico, esta acaba llamando la atención de la directora de la Markos Tanz Company. Pronto se da cuenta de que nada es lo que parece, que todo tiene un fondo más profundo que un simple baile. Que los muros hablan, gritan y se estremecen.
Haciendo guiños al filme original con el uso de zooms, efectos ópticos o giros bruscos de cámara, se profundiza además en subtemas como el poder sectario, el empoderamiento de la mujer (empapelando la supuesta maldad de un grupo de brujas se apela a los horrores de los hombres más violentos) y el panorama nazi (cosa de agradecer en tal momento de auge de la ultraderecha), todos ellos envueltos en una burbuja de psicoanálisis continuo. Cabe destacar la subtrama de la transformación. La entrega se basa en la transmisión de ideas e identidades. Por otra parte, es de admirar el cambio drástico en cuanto a gestos físicos de la protagonista como un rol más (mirada, manera de moverse…), ejemplificándose en la futura conexión entre Madame Blanc y Susie, la cual se hace más que palpable.
Lo cierto es que el director de Call me by your name no se corta a la hora de cambiar drásticamente de género cinematográfico ni de hacérnoslo pasar mal. Con qué facilidad remueve las entrañas este hombre. Hablamos del primer clímax del largometraje: baile onírico ejercido por Susie que provoca la rotura frenética de cada uno de los huesos de Olga, otra de las bailarinas. Imposible dejar de mirar la pantalla pese a que se trate de la escena más escalofriante, desagradable, inquietante…, pero profundamente hipnotizante. Así, la escena ejemplifica a la perfección el verdadero ser de la violencia más cruel ejercida durante la historia de la Humanidad: el agresor ignora las consecuencias que sus actos pueden tener.
Suspiria es uno de esos filmes que te verías una y otra vez para poder recrear y enlazar momentos de la película que antes no captabas. Cine psicodélico, de género, que ilumina nuestra parte más oscura. ¿Quién es la mujer con lentes que acaba suicidándose con un cuchillo, por qué se le da tanta importancia a su personaje?, ¿qué hay de esas imágenes que se van repitiendo a lo largo de la película que parecen no encajar del todo?, ¿por qué se dejan tantos temas en el aire?, ¿estaba Susie predestinada desde el principio a ser Madre Suspiriorum?
En definitiva, la cantidad de capas y posibles interpretaciones, un excelente reparto y el sorprendente riesgo de registro empleado por Guadagnino hacen de Suspiria una de esas películas que dará que hablar durante décadas. Un abrazo a lo inusual bañada en mares de simbolismos. Inolvidable e icónica.