Muñeca rusa es la serie que ha surgido del ingenio de Leslye Headland, Amy Poehler y Natasha Lyonne y cuya primera temporada aterrizó en Netflix el 1 de febrero. Nos disponemos a explicar sin spoilers qué hace de esta serie el milagro televisivo que estábamos esperando y por qué sus 8 capítulos pasan como una exhalación.
Cuando Nadia acude a la fiesta que su mejor amiga le ha organizado para celebrar su 36 cumpleaños, no se imaginaba que el final de la noche significaría también su propio fin y, mucho menos, que tras morir volvería a aparecer en la misma fiesta como si no hubiera ocurrido nada, para volver a morir otra vez, iniciando un bucle infinito del que le es imposible escapar.
Natasha Lyonne es una de las principales culpables del éxito de esta serie. No solo por ser cocreadora, productora ejecutiva y directora del último episodio de la temporada; sino por ser la encargada de encarnar el caramelo de personaje que es Nadia: esa especie de estrella del rock con un cerebro capaz de pensar en cuatro dimensiones. Bebe y consume drogas como si no hubiera mañana (antes de que sepa que para ella, literalmente no lo hay) y el 90% de lo que dice es una genialidad y el 10% restante, tacos. La mera reencarnación del neoyorquino de a pie y de corazón.
Ya sabéis, ese ser que se cala las gafas de sol ante el más mínimo asomo de buen tiempo, cuenta entre las relaciones clave de su vida la que mantiene con el regente de su Delhi de confianza (y su gato), y además de haberse leído todos y cada uno de los libros que ha caído en sus manos, parece un memorándum con patas de todas las etapas de construcción por las que ha pasado su querido vecindario, como el hecho de que ese Macy’s antes era un Tower Records o el año exacto en el que la ferretería del barrio pasó a ser la discoteca de moda. Pero nada sería de Nadia sin ese magnífico guion del que nace.
Si tuviéramos que pelar las tres capas por las que se conforma el guion de Muñeca rusa, la primera más evidente sería el marcado sarcasmo con el que Nadia se enfrenta a la vida, dando a entender que nada ni nadie es realmente importante para ella o para el mundo. Este sarcasmo, por cierto, también estaba muy presente en el personaje de Nicky Nichols que Lyonne interpretaba en Orange Is The New Black y por el que se hizo famosa para la pequeña pantalla.
No obstante, si escarbamos un poco más, nos enamoraremos de la pátina de sátira que envuelve al guion; el humor que probablemente emana de la increíble Poehler, es lo que hace que la serie sea tan fácil de ver y a la vez, tan estimulante. Finalmente, la tercera capa, y la más importante, es la conexión. Puede que la serie juegue con artefactos de la ciencia ficción como son los bucles en el tiempo, pero al final viene a ser un comentario sobre algo muy real: qué es lo que nos conecta a otros seres humanos y cómo volvemos a conectar con nosotros mismos cuando ha llegado ese punto en la vida en el que ni siquiera nos podemos reconocer en el espejo.
Por otro lado, a nivel técnico, nada en esta serie se ha dejado al azar, desde el estilismo de la cabellera pelirroja de la protagonista (como una verdadera muñeca de porcelana), pasando por el estilismo de su ropa, en gran medida en negro, con alguna que otra prenda en fulgurante rojo. Al igual que ese cuadro coronando la cabecera de su cama, en el que la confluencia de una figura geométrica negra y otra roja forman un hexágono, una especie de ying y yang al estilo soviético. O esa deliciosa banda sonora, perfecta para armonizar una fiesta en plena Apocalipsis.
En definitiva, deberíais y debéis darle una oportunidad a Muñeca rusa, la prueba de que las series que retan la mente de los espectadores en vez de aturdirlas, pese a todas las adversidades, siguen encontrando su camino hacia la luz y hacia nuestras pantallas de ordenador.
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