Kurt (Tom Schilling) es un niño al que la vocación artística le viene de familia por parte de su tía Elizabeth (Saskia Rosendahl), la cual es enviada a morir en la cámara de gas durante la Segunda Guerra Mundial por el doctor y profesor Carl Seeband (Sebastian Koch). La película transcurre a mediados de la Alemania del siglo XX, desde el auge del nazismo hasta los años 60 y la convivencia entre las dos Alemanias. En este espacio de tiempo somos testigos de los cambios sociopolíticos del país a través de la vida de Kurt.
A medida que la trama avanza vemos como nuestro protagonista se enamora de Ellie (Paula Beer) y se topa cada vez con más barreras hacia sus aspiraciones artísticas, hasta que pasan los duros años de la posguerra y consigue ingresar en la Academia de Arte Moderno, donde un proceso de realización personal desemboca en la búsqueda de la verdad artística. De encontrarse a sí mismo y expresarlo en sus obras. De plasmar en los cuadros el dolor de sus recuerdos.
Tras hacerse con el Oscar por La vida de los otros y tropezar en 2010 con The tourist, el director alemán Florian Henkel Von Donnersmark vuelve a ponerse tras las cámaras ocho años después con La sombra del pasado, una producción de más de tres horas de metraje, inspirada en el influyente pintor alemán Gerhard Ricther y nominada al Óscar a Mejor Película de Habla No Inglesa.
Sebastian Koch destaca frente al resto del reparto interpretando al doctor Carl Seeband. Un villano a la altura de la historia y uno de los aciertos de la película. La brillante fotografía está a cargo del legendario Caleb Deschanel, nominado este año a Mejor Fotografía en los Óscar por sexta vez. Menos brillante es el trabajo de Max Ritcher, que si bien consigue crear una cálida atmósfera, mucho de los temas parecen directamente reciclados de su trabajo en The Leftovers.
Desgraciadamente, su regreso a la gran pantalla no ha irrumpido con la fuerza con la que se esperaba. Lo que pretendía ser una gran producción que recorriera la historia reciente de Alemania, se convierte en una radiografía aséptica del país con una recreación muy simplista de los años más inestables del pueblo germano.
La cinta rezuma esa epicidad inherente a los dramas históricos que abarcan romances de dimensiones shakespearianas, traiciones y entresijos políticos. Sin embargo, a pesar de tener un buen guión, toda esta ambición se queda en nada debido a la vaga conexión temporal durante los treinta años en los que se desarrolla la trama y al tratamiento tan superficial y neutro de la historia.