Léase este texto con El final del verano del Dúo Dinámico de fondo. Porque sí, creíamos que nunca iba a suceder pero tras 8 años, 8 temporadas y 73 episodios, Juego de Tronos terminó. Y terminó de la peor forma posible, traicionándose a sí misma y convirtiéndose en todo aquello que nos prometía no llegar a ser nunca: una serie con final feliz.
Intentaré desgranar de la forma más sintética que pueda para que esto no parezca una tesis, por qué muchos nos hemos quedado tan fríos ante esta temporada y este final, centrándome en el qué y no en el cómo. Ya que, lo que a muchos nos escama es la ejecución.
Juego de Tronos empezó a dejar de ser lo que era cuando la premura de sus creadores se apoderó de ellos y se convirtió en un auténtico problema, tanto es así que creo que se pondrá como ejemplo cuando se estudie la misma como problema en el desarrollo de personajes de ficción. Prisas que Benioff y Weiss se metieron a ellos mismos ya que HBO les ofrecía 10 temporadas de 10 episodios cada una y un bonito cheque en blanco, puesto que la serie era su buque insignia.
Pero no, aquí los amigos David y Dan vislumbraban Disney en el horizonte y las prisas por ir a destrozar Star Wars, han hecho que hayan acabado dándole un final de brocha gorda a una serie que podría haber hecho historia de la televisión en todos los sentidos. Entre las prisas de sus creadores y no contar ya con el apoyo de Martin en los guiones, en esta última temporada todo ha ido cuesta abajo y sin frenos y no porque el final sea malo, sino porque está mal explicado.
Durante estos 8 años nos han estado alimentando nuestro imaginario con la llegada de la larga noche y de un largo invierno, invierno tan temido y anunciado que hasta es el lema de la casa Stark. Desde la temporada 1 se nos ha hablado de Los Otros, representados en la serie por la figura del Rey de la Noche, el enemigo de R’hllor al cual sólo se podría vencer y tal y como decían las profecías, con la llegada de un príncipe o princesa prometidos y con la unión del hielo y el fuego.
Profecías repetidas hasta la saciedad por Kinvara (a saber qué ha sido de ella) y por Melissandre. Profecía que a todas luces nos dejó entrever tras la resurrección de Jon que sería él quién acabase con el Rey de la Noche; es Él el que es el fruto de la unión del fuego y el hielo. Pero no, el largo invierno llegó, llegó de manera apresurada como todo en esta temporada, y con él todas las incongruencias en cuanto al relato argumental de los personajes.
Después de tres visionados, sinceramente para ser la madre de todas las batallas eché de menos más caminantes blancos, más zombies, más vísceras; quería Casa Austera pero al menos multiplicado por tres. Querría haber visto a las arañas de hielo que el mismísimo Martin anunció que estaban llegando, me hubiese gustado ver a Melisandre hacer algo más que encender fogatas, pero no, lo que tuvimos fue a un ejército escaso para ser un ejército que va sumando a sus filas a los muertos y más lento que una carrera de octogenarios y, al que se supone que estaba destinado a ser uno de lo mayores guerreros de los siete reinos reducido a un pusilánime que sólo es capaz de gritar «¡No!», cual niño de 4 años ante un plato de espinacas, a Viserion, el dragón zombi.
Los creadores debían jerarquizar qué «malo» era más importante: si Cersei o esa larga noche sobre la que llevaban desde el minuto uno mentalizándonos, la batalla por la vida. Ellos eligieron a Cersei y de ahí que esta gran batalla me haya parecido floja tras ocho años, que se dice pronto, advirtiéndonos y metiéndonos el miedo en el cuerpo, viendo como los héroes iban cayendo, los zombies iban avanzando, las batallas y enfrentamientos cada vez eran más crudos con una amenaza tan terrible que hasta se consiguió una amnisitía.
Pues bien, Benioff y Weiss eligieron a Cersei como el gran «malo» a abatir, matando así la lógica interna de la propia serie al cargarse al Rey de la Noche a mitad de temporada y con él ese lema que todos tenemos grabado a fuego: Winter is coming. Así acababan de un plumazo con el clímax de la historia y la mitología de la serie, ya que el enfrentamiento entre los vivos y los muertos se nos había definido de todas las maneras posibles como el auténtico destino final de esta aventura. Fue este el error garrafal de la temporada.
Las prisas de Benioff y Weiss no sólo acabaron con el auténtico clímax de la serie, sino con el sentido del desarrollo de los personajes, sufriendo en especial Daenerys y Bran. Estoy un poco cansada de leer y oír: «¿pero cómo no podéis haber visto que Danerys ya estaba loca?, poneos la serie y lo veréis». Pues bien, lo mismo os podría decir yo y una gran mayoría de personas. Entre ellas, la propia Emilia Clarke, que después de Martin creo que es la persona que mejor puede conocer a ese personaje.
¿Que se han dejado entrever posibles atisbos de la locura Targaryen? Sí, pero también de lo contrario. ¿Que convertir en villana a Daenerys es una gran idea? Sí, pero si no tienes tiempo para desarrollarlo, no lo hagas o haberlo hecho antes, que desde la temporada 6 Daenerys estaba estancada y anclada en su papel de reina un tanto populista sí, pero también como luchadora de la tiranía y salvadora de los esclavos. No se puede pasar de un personaje que era una reina soldado, pero con unos principios decentes, a Hitler en tan poco tiempo. El trato a este personaje no sólo escuece por su poco desarrollo argumental, sino porque ha dejado en él un poso machista al reducir a uno de los personajes más fascinantes de la saga a ser sólo «Dany».
Si las transformaciones de Theon y de Sansa nos han emocionado y llegado tanto ha sido porque sí hemos visto desarrolladas sus tramas con el tiempo necesario y hemos llorado su muerte y nos hemos venido arriba con esa coronación de Sansa como Reina del Norte. Pero lo sentimos, no compramos esa transformación y que se nos obligue por decreto de Benioff y Weiss a ponernos en contra de ella y pasar a ser del equipo del santo varón al que han convertido a Jon Snow.
Repetimos, no porque no me parezca una buena idea, sino porque no ha habido tiempo para que se geste y se muestre en pantalla por mucho que Varys diga la famosa frasecita con la moneda tirada al aire por los Dioses. Esta vez los Dioses no dejaron siquiera caer la moneda, B&W decidieron porque sí y de un manotazo que estaba loca porque querían ir cerrando el chiringuito y lo han hecho a base de brocha gorda.
Y de Daenerys pasamos a Bran. Personaje aún peor desarrollado. No, no me molesta que acabe en el trono. Es una opción que los que además de seguidores de la serie, somos lectores teníamos en mente, ya que llevamos años especulando incluso que podría llegar a ser el mismísimo R’hllor. Lo que me molesta es que Bran desapareciera durante una temporada entera. ¿Quién le echó de menos?, nadie, ¿por qué?, porque su personaje está mal ejecutado.
Después volvió a aparecer y todo apuntaba a que tirarían de nuevo de la mitología de la propia historia mostrada en la serie, dejando entrever que él mismo con sus visiones habría influido en la historia y los acontecimientos para llegar al fin que hemos terminado viendo, pero no. Bran se dedica a ponerse en modo avión como dice un amigo mío, a decir «no, yo ya no soy Bran, no, yo no quiero poder, no, yo sólo soy la memoria viva de los 7 reinos» a limitarse a sonreír y soltar: «para eso he venido». Resultando ser un ser maligno y maquiavélico. Y esto me hubiese encantando porque esto es Juego de Tronos y los buenos no ganan sólo porque sean buenos. Me molesta porque precisamente ganó un «bueno» que resultó ser aún más maligno que Daenerys.
Y esto me sirve para enlazar con el otro gran error de esta temporada tras la premura con la que se ha hecho todo. Esta se puede considerar como la temporada en la que Juego de Tronos dejó de ser fiel a sí misma. El otro día un bueno amigo en una cena, me comentaba que esta última temporada tenía la sensación de haber estado viendo otra serie. Y esta es una sensación que hemos tenido muchos.
La serie que nos enganchó porque no trataba al espectador de idiota, la serie que nos enseñó que los buenos, que los héroes, podían perder la cabeza literalmente en la primera temporada, la serie que nos enseñó que las cosas no son blancas o negras y que los buenos también pueden hacer cosas deleznables y los villanos llevar actos de una profunda bondad se convirtió en la temporada del buenismo y del «te vamos a dar pena porque esto da mucha pena y es terrible». La temporada en la que no sabemos muy bien por qué, les hacía falta recalcar a cada rato que Tyrion es una persona con una mente privilegiada; Tyrion, un personaje digno de Shakespeare, se despidió de la serie pareciendo un viejo verde y hablando de burdeles. ¿En serio?
Cuando Ned Stark en uno de los primeros episodios le cortó la cabeza a un inocente, no se nos incidió en ese inocente decapitado, cuando Catelyn le rebanó el cuello a la pobre Joyeuse Frey que simplemente tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado tampoco, Jon sentenció a un niño a la horca, Tywin Lannister fue el cerebro de la boda roja en la que murieron muchos inocentes, pero también la misma ayudó a salvar muchas vidas de inocentes anónimos y el denominador común de todas estas fechorías es que la serie no trataba de manipularnos en cuanto a que no se recreaba en eso. Sucedía y ya nosotros elegíamos qué sentir y con qué empatizar.
Pero eso no ha sucedido con el genocidio de Daenerys; al estar todo tan mal desarrollado, nos inundaron con planos de niños calcinados una y otra vez, les faltaba sacar un cartel en plan: «mira lo que ha hecho la rubia, esto te tiene que dar pena«. Pues mira no, no sólo no me daban pena, sino que no empaticé porque no me gusta como espectadora que me traten así y no me gusta lo que estaba viendo a hacer durante toda la temporada 8 con una de las series que han formado parte de nuestra vida: coger toda su identidad y tirarla por la borda.
Y, este no es el único caso en el que le robaron la identidad a Juego de Tronos. Lo que le han hecho al personaje de Arya no tiene perdón. Nuestra psicópata preferida, la asesina más letal de todo Poniente no sólo queda despojada de su misión y objetivo principal: acabar con la vida de todos aquellos que urdieron el asesinato de su padre y así vengar su muerte, sino que acaba convertida en una suerte de princesa Disney, convirtiéndose así en uno de los mayores fan service de toda la serie y temporada.
Yo también adoro a Arya y celebré lo que le hizo al Rey de la Noche como si fuese la Champions que ganó el Liverpool en 2005, pero desde luego no le aventuraba ese final y no me creo que un personaje con una psique como la suya de repente diga: «uy, matar está mal voy a dejar la motivación principal de mi personaje para convertirme en una suerte de Cristobal Colón». No. No cuela.
Y de aquí vamos hacia la traca final de lo absurdo que es el episodio final. La primera parte hasta la muerte de Danerys es brutal y de un poderío visual que costará olvidar pero por favor… El diálogo entre Daenrys y Jon hasta que la mata es terrorífico y pueril y visto lo que viene después más valdría que hubiera sido Jon el que se hubiera subido a lomos de Drogon para darle la orden de derretir y reducir a la nada el trono de hierro y haberse largado de ahí por patas con el cadáver de su Reina.
Y digo esto porque desde que Drogon demuestra tener más raciocinio que el mismísimo Tyrion aquello se convierte en El Señor de los Anillos: el retorno del Rey pero mal. Drogon calcinando el trono es el anillo único siendo destruido en el Monte del Destino, la reunión aquella con personajes que estaban a por uvas parece la creación de La Comunidad del Anillo, Jon despidiéndose de sus hermanos es el momento Gandalf y Frodo despidiéndose del resto en los Puertos Grises y la coronación de Sansa es la coronación de Aragorn. Nada más que añadir.
Para rizar el rizo de lo absurdo, este es el episodio del apocalipsis hecho elipsis. ¿Por qué más arriba decía que ojalá hubiese sido Jon el que a lomos de Drogon hubiera dado la orden de destrozar el trono de hierro? Porque nadie se cree que todo un ejército comandado por Gusano Gris no le habría despellejado vivo al ver lo que le habían hecho a su Reina y ojalá hubiéramos visto eso, porque por muy noble y necesario que hubiera sido este acto, para los fieles a Daenerys eso es un acto de traición y no existe ninguna justificación lógica para que Jon si no huye en ese mismo momento, no muera.
Pero, no sólo no muere sino que resulta que dos de los ejércitos más letales de Poniente demuestran tener más calma y poder de negociación que Kofi Annan y Nelson Mandela juntos y no sólo no ejecutan a los hombres que han urdido el asesinato de su Khaleesi, sino que además dejan que dos prisioneros sean quienes decidan el futuro de los 7 Reinos; perdón de los 6 que en el Norte son más guays que nadie y deciden ser independientes con el beneplácito de los demás, chocante cuanto menos que Dorne y Las Islas del Hierro no reclamaran también la independencia que ya habían solicitado con anterioridad. ¿En serio? ¿En qué momento Juego de Tronos se convirtió en una serie de finales felices, amor y armonía?
Y este final en el que han ganado «los buenos» es lo que me hace tener esta sensación agridulce. Es realmente hipócrita y despótico que al final se decidieran por ese buenismo. Hubiera sido mucho más demoledor y terrorífico que hubiese reinado el terror del absolutismo de Daenerys o que nos hubieran demostrado el gran villano que llevaba dentro Bran en cuanto a la manipulación de los hechos para su beneficio. Eso hubiese sido lo revolucionario y lo más fiel a una serie cuyo estandarte siempre había sido abofetear al espectador en la cara diciéndonos que los buenos no siempre ganan.
Con todo y con eso, le doy las gracias a HBO y todo el equipo creativo. No me sumo a esa panda de espectadores que están recogiendo firmas para que rehagan la temporada porque me parece una majadería y una total y absoluta falta de respeto. Han sido casi 10 años maravillosos con unos hitos a nivel técnico impactantes.
Quiero destacar la dirección de Miguel Sapochnik y la fotografía de Helen Sloan en esta última temporada, el trabajo de ambos ha sido sobresaliente y estoy deseando que les ofrezcan un trabajo para la pantalla grande porque lo vamos a disfrutar y mucho. Así como el trabajo de Michel Clapton, la directora de vestuario, todo es espectacular pero lo que ha hecho con el vestido de la coronación de Sansa pasará a la historia como uno de los mejores vestidos de la historia de la ficción, no sólo por su belleza sino por la cantidad de referencias que tiene a las casas de sus padres, de la historia de los pueblos del Norte y de ella misma. Y, ese score que ya ha pasado a nuestro imaginario colectivo, compuesto por Ramin Djawadi.
Lástima que los creadores no hayan sabido entender una historia tan maravillosa y compleja como esta ni respetar la esencia de la serie dejándonos este sabor tan agridulce. Por suerte, tenemos a Martin y esos dos libros que aún faltan por publicarse.
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