Juego de Tronos acabó como tenía que acabar: en una revolución. Sin embargo, Benioff y Weiss no fueron lo suficientemente ambiciosos como para cambiar completamente el panorama de Poniente. No fueron capaces de romper la rueda.
Lo mejor y lo peor
La escena del consejo fue la más emocionante para mí de toda la temporada. Sin exagerar. Y por emocionante me refiero a la que más me ha hecho sentir. Fue como lanzar una bola de bolos y verla oscilar a lo largo de la pista: «no, no, por favor, un poco más a la derecha… un poco más a la izquierda, mantente ahí…» y al final solo cayeron tres bolos, tristes. Pero la bola les dio.
La escena del consejo fue el final real de Juego de Tronos. Los lores decidiendo cómo iba a ser Poniente en el futuro. Decidiendo cosas en asamblea e incluso con un guiño al concepto de democracia. Sam propone la democracia directa y los lores se ríen. Nosotros debemos reírnos de los lores porque sabemos algo que ellos no saben: la democracia representativa es la mejor y única manera de gobernar. O algo así. No hay que olvidar que D&D son americanos.
Los guionistas me lo hicieron pasar mal y al final nos quedamos con la solución menos mala, supongo: Bran sería el nuevo gobernante de Poniente. Un final llamativo, desde luego, pero menos si tenemos en cuenta la escena final. Tyrion en la sala del consejo, respetuoso ante el poder, ante la silla de la Mano que, intuimos, es el nuevo Trono de Hierro. Llegan todos los consejeros y Bran el Roto hace acto de presencia. Literalmente, se presenta, pregunta por Drogon y se va con una sonrisilla. Los consejeros se quedan discutiendo sobre el futuro del reino y entendemos que ellos son los verdaderos gobernantes y no el rey.
La revolución soft
Juego de Tronos solo podía acabar con una revolución. Lo había dicho anteriormente y lo sigo sosteniendo ahora. La historia principal nunca fue quién se sentaría en el Trono de Hierro sino cuál sería el futuro de Poniente. Canción de Fuego y Hielo es menos una novela fantástica con un viaje del héroe definido y más una novela histórica sobre un mundo ficticio. No íbamos a quedarnos satisfechos si Jon Nieve se sentara en el trono y todos fueran felices para siempre. Ni siquiera si Daenarys lo hiciera o incluso si ganara Cersei. No se puede ganar en el juego político y no se puede ganar la Historia. Así pues, la única manera satisfactoria de acabar la serie era con un cambio de era, una revolución que hiciera obsoleto el Trono de Hierro y el feudalismo.
Sin embargo, la revolución ha sido totalmente descafeinada. Si lo pensamos, hasta el reinado de Robert fue más revolucionario: expulsó del poder a una dinastía de gobernantes extranjeros y restauró el poder en los descendientes de los primeros pobladores del continente. Esta nueva “revolución” simplemente sustituye el poder dinástico por el poder oligárquico, algo que de todas formas ya existía, ¿o acaso la estirpe de Robert duró milenios? ¿No fue acaso derrocada por las conspiraciones de las demás casas? Ahora, los lores de las principales casas mantienen ese poder solo que de manera pública. Ocho temporadas y resulta que el final de Juego de Tronos es una revolución pequeñita. El rey será elegido entre los gobernantes de las casas y entendemos que Bran está un poco como Felipe VI: para hacer bonito.
Una revolución puede ser muchas cosas. Nuestra imaginación se va inmediatamente a la francesa pero tenemos la revolución Industrial, el descubrimiento de América, la caída de Constantinopla… Para la francesa, a Poniente le falta una clase media fuerte y una Ilustración. Además, Poniente no deja de ser un mundo extraterrestre con estaciones y magia que hacen muy difícil el progreso científico (otro día ya hablaremos de cómo D&D se olvidaron de que después de un largo verano viene un invierno en el que generaciones no ven el sol).
De todas formas, se intuyen vientos de cambios en Poniente que supongo (espero) dejarán para los spin-off: Arya se ha convertido en Cristóbal Colón (pobres los que estén al oeste, esperamos que estén bien inmunizados), las guerras han desestabilizado el continente lo suficiente como para crear un nuevo sistema y se intuye que se acerca un periodo de estabilidad y primavera que podría propiciar el avance científico.
La teoría del Bran malo
La teoría del Bran malo es… mala. Lo siento, lo he dicho. No me gusta mucho personalmente. El personaje está mal desarrollado pero la explicación de por qué quiere ser rey es que parece retirarse a ser una figura de adorno, que nada tiene que ver con los mortales y que vivirá cómodamente. Un poco como un rey Sol aunque menos extravagante. El final (aunque mal ejecutado, insisto) casa con su personaje: solo quiere ser la memoria de los Siete Reinos y una figura que mantenga la estabilidad. No quiere poder real, solo está dispuesto a tener un poder nominativo.
Podemos discutir acerca de lo que pasará cuando muera, si se restaurará la monarquía absoluta (aunque parezca súper moderno, el sistema de primus inter pares es anterior a la monarquía hereditaria) o si Poniente ya será suficientemente maduro como para tener algo como lo que propone Sam. Sin embargo, hasta el final se cargan eso: gran parte de la evolución política viene de la separación de poderes y vemos que Bran sigue siendo la Justicia, así con mayúsculas, exonerando a Tyrion y nombrándolo Mano del Rey, lo que equivale, a grandes rasgos, a ser el principal gobernante de Poniente. Bran será el rey pero Tyrion ha ganado el Juego de Tronos.
Pingback: Detective Pikachu: la mejor película que verás este año | NO SUBMARINES