Lo llamamos “nuevo cine de terror” porque poco tiene que ver con las películas que nos alimentaron de adolescentes en los 2000. Ya no hay casas encantadas, o jumpscares para darle un poco de vidilla a la trama. El “nuevo cine de terror” se parece más a los thrillers de principios de la década y explora temas más profundos de los que estamos acostumbrados en el género. Y, sobre todo, se toma en serio a sí mismo. Las películas de terror ya no son para sacar unos cuantos millones en entradas de verano, sino que sus autores las tratan con respeto.
Al igual que el cine de fantasía épica salió de la serie B con El Señor de los Anillos y la ciencia ficción con Star Wars, fue necesaria una nueva hornada de directores que le dedicaran el cariño que se merece al género. Jordan Peele con Déjame Salir o Nosotros, Julia Ducournau con Crudo son algunos de los exponentes. Ari Aster ya había debutado con Hereditary, una pieza sobre la familia y lo que significa la pérdida, con un tinte sobrenatural que sin embargo no es lo más relevante. Ahora, con Midsommar, planta los pies en la tierra y vuelve a explorar las relaciones humanas desde la perspectiva de la soledad y qué significa la comunidad.
Por hacer un resumen muy breve de la trama, Midsommar sigue a Dani (Florence Pugh), una chica estadounidense que no está pasando un buen momento con su novio Christian (Jack Reynor), que la quiere normal. El tipo tiene dudas sobre su relación y ella no se siente querida (no llega a lo abusivo, desde luego). Después de sufrir una pérdida muy dura, Dani se autoinvita a un viaje a Suecia con los amigos de su novio: un doctorando en antropología, un americano de pro y un sueco que entendemos que está de Movilidad Internacional y quiere enseñarles el festival que se celebra en su comuna (porque vive en una especie de comuna etno-folclórica) una vez cada 90 años. Como no podía ser de otra manera, empiezan a pasar cosas raras y la relación entre Dani y su novio no deja de deteriorarse.
La película es muy bonita, muy estética, y subvierte algunas de las expectativas del género. Para empezar, tiene momentos de humor que no desentonan, sino que construyen un relato más humano y ayudan a explicar por qué los personajes no huyen a la primera cosa rara que sucede, como ya sabemos todos que deberían hacer. De hecho, vemos gente teniendo la reacción apropiada ante cada momento y entendemos las motivaciones de los personajes para no huir (o la imposibilidad de hacerlo). El nuevo cine de terror se basa en parte en la consciencia de los personajes. Si antes la chica gritaba porque no creía posible que el asesino volviese pasados 100 años, ahora los personajes han visto El Resplandor y saben lo que hay.
Por otra parte, no hay noche: es el círculo polar ártico en el solsticio de verano y todo sucede a plena luz del día. No parece que haya cambios en la temperatura, todo es naturaleza y sol del verano. Esa estética es intencionadamente contradictoria con lo que se cuenta. Como dijo el director en alguna entrevista, quería que tuviera diversas interpretaciones: para algunos es una pesadilla, pero para otros es un cuento de hadas. La parte estética de cuento de hadas, como hemos dicho, bien: coronas de flores, vestidos blancos, arte folclórico y tapices preciosos con historias antiguas, casas que quedarían bien en cualquier museo etnográfico sueco. La parte de la pesadilla es difícil de hacer sin la muleta de la noche y lo que naturalmente asusta a los humanos, pero lo vemos en lo psicológico: los estados mentales de los protagonistas son totalmente opuestos a lo bonito de su entorno.
A pesar de estar pensado como un cuento de hadas, algo que creo que falta en la película es una moraleja. Los cuentos populares son famosos por enseñar algo, por tener un mensaje. El mensaje de Midsommar es obtuso y no estoy segura de entenderlo. No es que me falten respuestas: el mundo está perfectamente construido y no hace falta que te sobrecarguen con información, lo vas viendo poco a poco. Simplemente, la película acaba y no te quedas con nada que mascar. Solo una cosa, que supongo que es lo que el director quería decirnos.
¿En qué se parecen Midsommar y Gone Girl? No lo puedo decir porque esta es una crítica sin spoilers, pero puedo decir que intenta seguir la estela de Hard Candy, Kill Bill y todas las películas de venganza femenina. Ahora mismo, y sin caer en decir que es una moda, la venganza contra el patriarcado parece ser lo que se lleva. Películas y series populares como El Cuento de la Criada nos regalan escenas de venganza femenina, ese tipo de “te lo di todo y no te mereces nada”. Sin embargo, las razones de la venganza de esta película son endebles y, sobre todo, nuestra protagonista no tiene agencia propia en casi ningún momento.
La venganza es satisfactoria cuando está planeada por una misma, cuando se lleva a cabo y cuando triunfas sobre la adversidad. Pero Dani de repente se encuentra en una posición de poder en la que otras personas le ponen y que de la misma manera podrían quitarle. La historia de Dani y su venganza no es una de superación, sino más bien de una chica sin agencia sacudida por la vida a la que se le presenta, de repente, una opción. Por un lado, no importa, no es una historia innovadora. Por otro, no vivimos en un vacío cultural y el tratamiento del personaje y su (falta de) independencia hace preguntarse si de verdad era ese el mensaje que se quería transmitir o se ha tropezado un poco.
De todas formas, tenemos que preguntarnos: ¿importa realmente que la película no tenga un mensaje? No, la verdad es que no. La película es rara, maravillosa, para ver con la boca abierta y sin hacer ninguna reflexión. Eso, al final, es cine.
El mensaje de la película podría ser: Si una relación amorosa se tiene que terminar. Tendrá que terminarse sea como sea.
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