Quique González acaba de publicar su décimo álbum de estudio. Y lo hace desprendiéndose de la parte más importante de sus creaciones. Cede la palabra a un ídolo y también a un amigo, con tantos nexos de unión como para que este combo entre ambos tenga toda la lógica del mundo. Luis García Montero, inspirador de la canción que pusiera a Quique delante del gran público, firma todas y cada una de las letras de las diez canciones de Las Palabras Vividas (Cultura Rock, 2019). Un cambio de rumbo que por mucho que se sepa bien meditado, no puede dejar de sorprender.
Porque la trayectoria de Quique invitaba a pensar que su carrera iba a seguir el camino marcado. Cuando ya tienes una carrera a tus espaldas de más de 20 años puede resultar sencillo seguir el sendero cambiando lo mínimo en tu mochila. Ese camino ha ido cristalizando en sus últimos trabajos, en los que ha seguido un sonido más cercano al rock y en los que se le empezaba a reconocer más como el líder de una banda, asentado junto a Los Detectives, que como solista, despegándose de la sempiterna etiqueta de cantautor.
Quizás varios puntos de inflexión en su vida personal, el dolor de una muerte y la alegría de traer una hija al mundo, unido a la necesidad de no redundar en fórmulas ya conocidas, de no seguir una travesía marcada, es lo que ha llevado a Quique González a dar rienda suelta a un viejo anhelo.
Cuando se empezaron a conocer los detalles del proyecto, también surgieron algunas dudas. Sin duda los mimbres eran excelentes, pero también sobrevolaba cierta inquietud por cómo iban a encajar las piezas. Las dudas se resolvieron con la publicación del primer adelanto, La Nave de los Locos. Si alguien podía pensar que este disco no sonaría a Quique, ese pensamiento se disipó con rapidez.
Las letras de García Montero están escritas desde la base de su admiración hacia Quique, poniéndose en su piel, como él mismo ha declarado. No se puede hablar tanto de poemas musicalizados como en un primer momento se podría haber esperado. Nada es ajeno ni suena distante al imaginario que en estos 20 años ha ido creando el madrileño, y este nuevo set de canciones acaban conectando con un Quique añejo, que recuerda inevitablemente a Kamikazes Enamorados (Varsovia!! Records, 2003), que también supuso un golpe de timón en su carrera.
Es difícil destacar una canción por encima de otra. Todas comparten una instrumentación acústica y un tempo bastante común, siendo un trabajo en el que un medio tiempo prácticamente es una licencia. Por el trasfondo, Bienvenida, ese regalo de García Montero a la hija recién nacida de Quique, tiene que ocupar un lugar destacado. Pero aunque esa canción sea tema obligado en las entrevistas de promoción, el resto de setlist guarda joyas.
El olor a humo y whiskey que desprende desde los primeros brushes de batería hasta el último verso Las Nuevas Palabras. Los versos enamorados y optimistas de Qué Más Puedo Pedirte confrontados con el fustigamiento melancólico y la desazón de Todo Se Acaba. El ambiente de western urbano de Canción con Orquesta y la nocturnidad de Canción del Pistolero Muerto. En todos los cortes encontramos versos para el recuerdo de García Montero.
En conjunto, Las Palabras Vividas es un disco calmado y alejado del actual canon de consumo rápido. Es un trabajo que huele a otoño, que pide escuchas dedicadas y sin distracciones, algo que corresponde a un trabajo como este, cocinado a fuego lento, sin prisas durante los últimos años. Un disco para una tarde de lluvia, para un viaje nocturno en tren.
Posiblemente haya quien piense que es un suicidio comercial. Más que probable es que produzca una polarización marcada entre los que lo amen y los que lo rechacen. Pero si por algo se caracteriza la carrera de Quique González es por su total independencia, por llevar siempre las riendas de su trabajo apostando fuerte por lo que le pide el cuerpo. Y este nuevo álbum, Las Palabras Vividas, es una buena muestra de ello.