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‘Sex Education’: ingenio y humor para una tarde maratoniana

Tras el inesperado éxito de su primera temporada, Sex Education ha vuelto un año después para demostrar que aún tiene mucho que enseñarnos. En esta crítica sin spoilers os contamos el por qué.

Si bien en un inicio pudo parecer que estábamos frente a otra típica historia de instituto, la ficción creada por Laurie Nunn sorprendió por romper con los estereotipos que habitualmente han caracterizado a los personajes adolescentes. Y lo hizo tratando cuestiones tan importantes como los conflictos de identidad sexual, el aborto, la homofobia o la masturbación femenina desde un punto de vista muy cuidado, natural y fresco.

La segunda entrega está disponible en Netflix desde el pasado 17 de enero, consta de 8 episodios de 50 minutos y conserva a su reparto principal: Gillian Anderson (Jean), quien cuenta con un gran recorrido interpretativo y logró el reconocimiento internacional por su papel de Dana Scully, la escéptica policía de Expediente X; Asa Butterfield (Otis), a quien ya habíamos visto como protagonista en “El niño con el pijama de rayas” o “La invención de Hugo”; Emma Mackey (Maeve) y Ncuti Gatwa (Eric), los rostros casi desconocidos que conmovieron al público por sus estupendas interpretaciones.

Además, a estos se han sumado tres nuevas incorporaciones: Sami Outalbali (Rahim), George Robinson (Isaac) y Chinenye Ezeuduson (Viv), quienes ofrecen una visión más coral de la historia y aportan nuevos y diferentes enfoques, desviando la atención principal de Otis.

Por su parte, la premisa de esta temporada continúa siendo bastante sencilla e incluso un poco cliché: Ahora que Otis ha empezado una relación con Ola, debe avanzar en su etapa de autodescubrimiento sexual al mismo tiempo que conserva su amistad con Maeve, de quien hasta hace muy poco estaba enamorado.

Sin embargo, Sex Education consigue mantener el nivel, potenciando los puntos fuertes que la hicieron diferente y profundizando en algunos aspectos sociales que todavía no había tenido oportunidad de tratar: las enfermedades de transmisión sexual (ETS), las agresiones sexuales y sus repercusiones o el placer sexual después de un largo período de abstinencia.

Aunque aún le queda mucho camino por recorrer para convertirse en un referente de la representación de temas tabúes, si hay algo por lo que esta serie nos resulta inteligente y conecta tan bien con el público es su principal mensaje: todos tenemos conflictos que superar y la clave para resolverlos es una buena comunicación. Tanto los personajes adolescentes como los adultos tienen mucho que aprender, y lo hacen planteando las preguntas correctas y buscando el apoyo necesario para descubrir las respuestas.

En cuanto a la ambientación, resulta interesante la creación de una “realidad” que ha situado la historia en un espacio-temporal difícil de determinar. Mientras que por el vestuario de los personajes o la presencia de coches antiguos podríamos pensar que la narración se desarrolla en los años 80, en ocasiones estos se combinan con una gran variedad de elementos, como por ejemplo el uso de smartphones, que la sitúan en la actualidad.

Parece que los guionistas han jugado a escapar de una época concreta con el fin de restarle importancia al dónde y el cuándo, creando así una historia atemporal que complementa de forma adecuada aspectos como la fotografía, el vestuario y los decorados para ofrecer un resultado coherente y verosímil.

Por último, destacar la lista de canciones que forman la maravillosa banda sonora de esta segunda temporada, donde además de la banda sonora original compuesta por Ezra Furman, podemos encontrar temas de Fleetwood Mac, Velvet Underground, Sufjan Stevens y Rod Stewart, entre otros.

En definitiva, puede que Sex Education no sea la mejor serie del año, pero está claro que gracias a su tono tierno y divertido se ha convertido en una de las novedades más interesantes del catálogo de Netflix en 2020 para aquellos que busquen disfrutar de un entretenimiento agradable y atrevido que invita al diálogo abierto sin caer en la incomodidad.

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  1. Pingback: Series adolescentes, mucho más que un guilty pleasure | NO SUBMARINES

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