O que arde, una de las películas de más peso en el cine español de 2019, llegó a las salas en octubre de ese mismo año y se ha instalado como una de esas cintas que hay que ver a toda costa. Con una distribución más amplia de la esperada, la podemos encontrar en el catálogo de Filmin a partir del 14 de febrero.
Tal y como dijo su productora, Andrea Vázquez, en la presentación de la película en el Albéniz: «O que arde es una película que hay que ver con la piel». Con esta cabecera, la cinta nos sumerge en una historia de dolor, fuego y soledad; conceptos que arden de una manera sinestésica en la dermis.

Es en esta quemadura donde se cría Amador, su hijo. Amador es un ex presidiario con antecedentes de piromanía. Vuelve a casa de su madre tras un periodo en la cárcel por haber provocado un incendio en la sierra años atrás. Divisamos a una persona huraña, apartada de la escasa sociedad que le rodea. Parece ser que arrepentido y con un síntoma brutal de desconexión afectiva. Amador es el claro ejemplo de una de las citas que más calado tiene en esta obra:
«Si hacen sufrir es porque sufren»

Y es que de ello va O que arde. Del dolor, del sufrimiento que no se adorna y que se padece en la mudez rural. Un trastorno que nace en las fauces de las montañas gallegas y que es incomprendido por la ignorancia más pura. Asemejándose a ‘Dolor y Gloria’ de Almodóvar, pues vemos que este año de cine español se resume en una dolencia intrínseca, que no se ve a simple vista, pero que se somatiza hasta el punto de parecer que tú mismo la sufres.
Cerrando este escrito y tomando la idea principal, pienso que se ha de mirar esta película con la piel y se ha de sentir, a través de los ojos, como una experiencia única que no necesita ser traducida. Como la música misma, que rompe ese incómodo silencio en el único instante donde parece ser que todo se olvida.
Si la ves, mi recomendación es que disfrutes del mutis y aprendas de esos espacios donde, sin decir nada, se dice todo.
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