Una de nuestras metas en esta serie de artículos que estamos subiendo a la revista es la de transmitir a los lectores algunas recomendaciones que, por desgracia, han pasado desapercibidas a ojos del público general. Este es el caso de la ópera prima de Joe Talbot, un film que fue nominado en varias categorías en los Independent Spirit Awards, y que resultó ganador en el Festival de Cine de Sundance, pero que más allá de eso, pienso que no ha tenido toda la repercusión a la que debería ostentar, pues ni siquiera a día de hoy podemos encontrarla en alguna plataforma online suscrita a España.
The Last Black Man in San Francisco (TLBMISF) nos cuenta la historia semi-autobiográfica de Jimmie Fails, un chico que vive de la nostalgia familiar y que tiene por obsesión una casa victoriana ubicada a orillas del Golden Gate. Fails, junto a su amigo Mont (interpretado por un excepcional Jonathan Majors), viaja cada día en skateboard hacia este lugar y vuelca todas sus horas en restaurarlo debido a que, según Jimmie, este hogar fue construido por su abuelo a mediados del siglo XX.
La obsesión del protagonista tiene como foco recuperar la casa de su infancia por todos los medios posibles, ya que tras quedarse por distintos albergues y lugares de acogida, siente esta construcción de carácter victoriano como su última conexión a la ciudad con el sobrenombre de ‘’Paris of the West’’.
Como acabo de mencionar, esta historia es de carácter semi-autobiográfico, pues nos cuenta una versión un poco estilizada del verdadero testimonio vital de su actor principal (también co-guionista y amigo de la infancia de Talbot). Jimmie Fails y Joe ya habían presentado dos cortometrajes en sendos festivales de la bahía californiana, pero gracias a los contactos de Danny Glover, consiguieron que TLBMINSF acabara siendo producido por una de las distribuidoras más punteras de la década pasada: A24.
Sabiendo que procede de esta productora, podemos anticipar que la cinta va a ser un tanto peculiar, plasmando el grito de la gentrificación que acumula y parasita la ciudad de San Francisco, donde los barrios negros han sido desplazados por los hipsters blancos que vienen de todas partes de la costa.
Con una extraña poética, reflejada en sus planos fijos, horizontales y sus zooms delicadamente lentos, Adam Newport-Berra nos sumerge en una singular fotografía que llega a tener un toque mágico y místico. Acompañada de la increíble BSO de Emile Mosseri (de obligado guardado en Spotify) que concluye en un entorno sensible e intimista, que puede pecar de demasiada subjetividad e introspección, pero que es innegablemente bella.
Jimmie y Mont son los ojos de una masculinidad un tanto peculiar que rompe con todos los estamentos convencionales de la hombría frágil y tóxica. El proceso que carcome a la ciudad de SF no sólo reside en los forasteros, sino que la destrucción también tiene un carácter autóctono: bandas contra bandas, chicos que ponen a prueba la virilidad de otros chicos para ser aceptados; otro pulgón sanfranciscano que poco a poco va royendo el metal del Golden Gate y contaminado las aguas de la bahía.
Aunque no solo vemos un viaje externalizado, sino que también denotamos en la construcción de personajes una lucha intrínseca encarnizada. Es así como Jonathan Majors interpreta a un personaje totalmente bohemio, con un mundo interno plagado de sensibilidad y saber que afronta su estancia en San Francisco a través de las sitcom y el teatro, afición que comparte con su abuelo ciego, interpretado por el mismo Glover, que es otro pilar fundamental en toda la trama.
Por su lado, Fails se encuentra enzarzado en un combate constante con su vida. Sin referentes paternos, sin un lugar al que pueda llamar hogar; vagando entre favores, el acoso de su antiguo grupo de amigos y una única obstinación: la casa con techo puntiagudo del vecindario de Fillmore.
Vemos que el protagonista principal de esta bobina es un chico con el que se empatiza al mil por mil, debido a que: ¿quién no se ha sentido muchas veces tan fuera del lugar que le vio crecer? ¿quién no se ha mentido para estar donde quizás no debería estar? Como dice en uno de los momentos finales, y más sinceros, la propia tía de Jimmie (Tichina Arnold): «Uno se convence de lo que haga falta para sentir que sigue siéndolo«.
Y es que The Last Black Man in San Francisco se podría considerar como una historia de autoengaño que no sólo habla de la gentrificación urbanística, sino que también nos cuenta el proceso de una gentrificación personal, donde el sentimiento de desarraigo se transporta de lo que nos rodea a nuestro ser. Como si nos arrancasen de nuestras raíces, de aquellos lugares que nos vieron ser y en los que ya no somos. Lugares en los que la adolescencia y la infancia quedan como recuerdos remotos que ya no nos identifican. Ver los rincones de toda una vida con unos ojos que ya no nos enorgullecen y saber de sobra que no podemos odiar un lugar sin antes haberlo amado con todo.
Aguardo ansiosamente a que Prime Video o Netflix se lancen a comprar los derechos y la pongan en plataformas porque, subjetivamente, al igual que me pasó con Sorry To Bother You, creo que esta película es tan distinta y necesaria que debería estar en la boca de todo el mundo, ya que va sin pretensiones y es, puramente, un reflejo digno de nuestro síntoma de desconexión.
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