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‘La juventud’ de Paolo Sorrentino

Hace tiempo, me pidieron que rememorara una película con la que me hubiera emocionado especialmente y yo contesté La juventud de Paolo Sorrentino. Mi interlocutor me miró atónito y me preguntó cómo era posible que me identificase con la historia de un viejo ricachón que pasa sus vacaciones en un hotel de cinco estrellas de Suiza y yo lo miré, atónita, ¿cómo era posible que hubiera reducido esa maravilla que había conseguido emocionarme profundamente a tan poco? Estuvimos debatiendo un rato y entonces lo entendí: la culpa era de Sorrentino.

Paolo Sorrentino es de esos autores que tiene un sentido del humor muy particular y no se achanta a la hora de plasmarlo en pantalla. Te dice algo con toda la intensidad de su ser para después añadir: “pero no me hagas mucho caso”. Es ese director que nos muestra a una cantante ataviada con las mejores galas cantando apasionadamente A ma manière y la deja con la palabra en la boca para cortar a otro plano de ella, desgarrando un muslo de pollo a bocados. Es un sentido del humor peculiar del que no todo el mundo es devoto, pero si se consigue conectar con él, da grandes recompensas.

Por qué Sorrentino escogió como protagonista a un compositor y director de orquesta jubilado que pasa sus vacaciones en un hotel de lujo de Suiza, probablemente solo lo sepa él, pero me inclino a pensar que este es un personaje perfecto para mostrar la ironía de la vida sobre la que tanto le gusta meditar al director italiano.

Fred Bellinger (Michael Caine) es un compositor que padece apatía. Es decir, un hombre que ha centrado toda su vida en conmover al mundo a través de sus creaciones, de repente, se siente incapaz de sentir nada. Por su parte, Mick (Harvey Keitel) es un director de cine que se encuentra atascado escribiendo la película que pondrá fin a su carrera, Jimmy (Paul Dano) es un actor en busca de inspiración para interpretar su próximo gran papel serio y Lena (Rachel Weisz) siente más que nunca la alargada sombra que su padre tiene sobre su día a día y está atrapada en un matrimonio arruinado por la rutina. Todos los personajes tienen la vida resuelta, pero se les ha olvidado una cosa: vivirla.

A este respecto, Sorrentino dice lo siguiente de los labios de Paul Dano: “Quiero hablar de tu deseo, del mío. Puro, imposible, inmoral, pero no importa porque es lo que nos mantiene vivos”. El deseo se usa para ir despertando a los personajes de su letargo y animarlos a tomar las riendas de su vida, adoptando muchas formas a lo largo del film: en la belleza de Miss Universo, en el despertar sexual de Lena e incluso en “placeres culpables” como la música pop o películas de robots.

La juventud es una época de la vida, de hecho, en la que se supone que damos rienda suelta al deseo, explorando formas nuevas de experimentarlo hasta llegar a saciarnos. Pero Sorrentino desafía ese concepto, presentando todo tipo de cuerpos y personajes de todas las edades. Y como ya decíamos antes, sí, también muestra el deseo inmoral. Porque el ser humano está lejos de ser perfecto y ni a él le interesa realizar una película sobre eso, ni a nosotros verla.

De hecho, en La juventud, los jóvenes miran con admiración a los mayores y los mayores observan con nostalgia a los jóvenes, como si pudiesen revivir los recuerdos que estos todavía no han formado. Sin embargo, cuando coinciden diferentes generaciones en una misma escena, no siempre es el de menor edad el que recibe lecciones, de hecho, a menudo es el joven el que abre los ojos al personaje mayor, que estaba tan ofuscado en sus propios prejuicios, que no sabía ver que la solución a sus problemas era mucho más sencilla de lo que parecía en un principio.  

Porque esta es, ante todo, una película sobre las relaciones humanas y de cómo nos influenciamos los unos a los otros a lo largo del tiempo, ya sea en una relación de amistad, familiar o romántica. Pero también del sinsentido de buscarle un sentido finito a la vida, uno racional al menos.

Como decíamos antes, la juventud es una época de la vida que se suele asociar con el disfrute y la exploración del deseo y lo que nos acaba explicando Sorrentino es lo siguiente: disfrutar de los placeres de la vida no está limitado a una edad determinada. Si abrimos los ojos y dejamos ir los prejuicios y las presiones sociales que vamos acumulando a lo largo de los años, podremos comprobar que la vida puede seguir deleitándonos, intentar buscarle un sentido más allá de eso, es una escurridiza y tortuosa quimera.

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