En este año tan complicado que estamos viviendo, parece que las películas postapocalípticas con criaturas monstruosas como los zombis se han convertido en un producto reconfortante. Queremos inmunizarnos ante el horror y, por eso, estrenos como el aún pendiente de Península están generando tanta expectación. No obstante, tal y como muestra la película de Yeon Sang-ho, a veces los humanos somos más peligrosos que los propios muertos vivientes.
La esperanza como motor de una misión suicida
Tras el éxito mundial de Train to Busan (2016), su secuela Península no escatima en presupuesto, alzándose como una superproducción más alejada del cine serie B y flirteando con varios géneros como el de acción.
Tras la extensión de un virus letal por todo Corea del Sur, la península queda aislada y sumida en la destrucción total. Cuatro años después del inicio del virus y de la masacre acontecida en el tren de Seúl a Busan, cuatro supervivientes son enviados de nuevo a la península infestada de zombies en una peligrosa misión: regresar con vida y con un cargamento de dólares.
Un brutal arranque en el que recordamos por qué los veloces y frenéticos zombies del cine coreano nos provocan tantas pesadillas deja paso a escenas más calmadas sobre la incursión del curioso grupo en la península. Pero la acción no se hace esperar, sobre todo cuando los protagonistas descubren que no son los únicos humanos vivos en las destruidas calles de la ciudad.
Mientras que en Train to Busan casi toda la trama se desarrolla en los vagones de un tren, lo que se traduce en una asfixiante sensación de claustrofobia para el espectador, Península se sirve de varios escenarios y de distintas subtramas con un claro punto común: la necesidad de sobrevivir.
En el apocalipsis también hay clases
Es cierto que Península no consigue igualar el trepidante ritmo de su predecesora, pero no por ello deja de ser una propuesta muy interesante que deja entrever que la desigualdad de clases persiste e, incluso, se acrecenta en plena pandemia zombi.
Luchas de poder, explotación y hasta violentos juegos con muertos vivientes al más puro estilo de los foros romanos en los que los más desfavorecidos actúan como presas. Esto es solo una muestra del horror que los propios humanos infligen a otros seres humanos como una muestra de su poder y dominación.
Pero en este escenario de desigualdad también hay espacio para el amor y el valor de la familia, la llama que mantiene viva la esperanza incluso en un mundo de terror. Resulta difícil no emocionarse ante la cruzada diaria que supone proteger a tu familia en un escenario tan fatídico.
Además de su emotividad, Península es una secuela muy disfrutable por algunas de sus referencias subyacentes como las persecuciones en coches tuneados al más puro estilo Mad Max (o, incluso, Fast and furious como guilty pleasure).
En definitiva, Península, que podremos ver en nuestras salas de cine el 18 de diciembre, entretiene de principio a fin, emociona y demuestra una vez más que las películas sobre no humanos acaban siendo las más humanas.