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Una nueva canción que me hace suspirar tu nombre.
Las luces de Navidad lo cubren todo. Parecen miles de estrellas que nos rodean bailando al ritmo de los corazones de la gente. Pasos acompasados que llevan a esperados abrazos. Coches que unen amores. Pasos abrigados que cargan regalos. Trenes que llevan a las raíces.
A veces, te recuerdo. Aunque tú no me esperas.
¿Sabes? Creía que tú serías el indicado. Como en un cuento tu “Hola, damisela” me salvaría. Y seríamos felices.
Estaba dispuesta a romper mis planes por ti. Escribí un par de poemas en honor al huracán de tu nombre. Estaba asustada. Y aun así, creía que seríamos felices.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel verano donde todo se torció. Problemas que ocurren cuando mi borrasca constante decide enredarse con una tormenta tropical. Nada queda.
¿Sabes? Creía que no volvería a saber de ti. Y de golpe apareces.
Una. Dos. Tres. Hasta cinco cartas. Y no sé lo que ponen. Y no sé qué escribir. Y ya no sé nada sobre ti.
De golpe, no sé escribir poesía. De repente, a aquellas preguntas se suman otras nuevas. ¿Cómo estarás? ¿Dónde estarás? ¿Quién te estará cuidando? ¿Quién te estará aconsejando? ¿Estará bien tu familia? ¿Me extrañas como yo a ti?
Y pienso en ti. Te pienso. Pienso en ti.
Estábamos en distintas páginas. Diferentes libros. Eras una muñeca rusa, y el silencio reinaba en tu interior. Mismo silencio matador en la impertérrita fachada.
Y yo te pinté de poesía. Imaginé tanta dulzura que jamás estarás a la altura. Imaginé cada detalle de un rostro que no existe. Tus ojos torcidos me miran, me hace replegarme sobre mí misma y mis pasiones. ¿Realmente existes?
Era una muñeca de porcelana. Rota en el suelo mi cuerpo grita por verte. Niña fantasiosa criada con historias de Bécquer que tiene el corazón roto.
Un corazón roto que se aferra. A las palabras. A los recuerdos. A todo aquello bueno que aún está grabado en la piel.
¿Sabes? Tu nombre lo he recordado de más estos días.
Al final, actúo como siempre: huyo. Enciendo la radio: voy a escuchar nueva música, con el miedo a que tu recuerdo me invada. Los coches parecen difusos, a toda prisa se despegan de su propia sombra.
Allí donde siempre encuentro refugio, la luna llena viste de plata las ramas de mi tristeza. Una nueva canción me abraza.