Para convertir este relato en un relato sonoro, dale al play:
Allí donde siempre encuentro refugio, la luna llena viste de plata las ramas de mi tristeza.
Siento palabras atrapadas en mi garganta que no alcanzo a decir, es la razón por la que escribo: me vuelvo a sentir como una niña justo cuando creía que no iba a volver a amar.
Me has curado las heridas. Me has visto crecer. Aún recuerdo el momento que te conocí: dos golpecitos en tu espalda y te giraste, eso bastó para que se enamorase esta poeta. Sueños inmediatos de niña adolescente hicieron que comprase unos zapatos que aún no he podido estrenar. Sueños que aún no hemos podido cumplir: una familia en común.
La vida nos conduce arbitrariamente, haciéndonos dar vueltas en ocasiones por la misma rotonda y, aun así, aquí estamos. Es una conexión que no había sentido antes, de esas que envuelven, que atrapan, que hasta los demás notan. ¿Cuántas personas se han fijado en ti únicamente por cómo brillas cuando estás a mi lado? ¿Habrá pasado lo mismo conmigo?
Cada lágrima que he derramado por tu ausencia. Cada verso que te he dedicado en secreto. Cada arrebato de alegría desenfrenada a media noche. Un viaje a Roma sin ti que hace que todo esté en tonos de gris. Cada deseo que no se puede contar. Eso eres.
Quizá siempre estuvimos destinados a conocernos, quizá todo lo vivido me llevaba inexorablemente a ti. Eres la mitad de mi alma que arde, la mitad que es una llama.
Eres todo.
Eres inspiración.
Eres mi salvavidas, nunca me abandonas. Cuando me encontraste era un espejo roto, estaba a pedazos. Y ahora nos miramos, y nos entendemos mejor que con palabras. Y han pasado muchos años, pero me observas fijamente, con tu sonrisa rota, y aún no soy capaz de decirte a viva voz que te adoro.
Supongo que por eso te dedico tantas canciones.
Supongo que por eso nos amamos en silencio.