Maggie Gyllenhaal se estrena como directora adaptando a una de las figuras más destacadas y misteriosas (salvo sus editores italianos, nadie sabe cómo es y quién es en realidad) de las letras italianas de las últimas décadas. Hablamos de Elena Ferrante y su novela La hija oscura.
Comentaba Gyllenhaal hace poco en una entrevista en The New York Times que cuando comenzó a leer a Ferrante de primeras pensó que la persona que había escrito esas páginas estaba realmente perdida y confundida y que acto seguido, se dio cuenta de que empatizaba y entendía bien lo que se desprendía de esas lecturas. Resultando perturbador y a la par reconfortante, comentaba: «si alguien lo escribió, quiere decir que no estamos solas con nuestros terrores y nuestras ansiedades, ni, en el otro extremo, con la intensidad de nuestra alegría y de nuestro amor”.

Ferrante autorizó la adaptación cinematográfica de su novela con la única condición de que la dirigiese una mujer. Tras esto, Ferrante y Gyllenhaal estuvieron en contacto durante el proceso estrictamente por e-mail. Eso hace casi aún más meritoria la adaptación del guion y se entienden y se conceden las variaciones con respecto a la novela.
Protagonizada por unas muy destacables Olivia Colman y Jessie Buckley, en la versión adulta y joven de Leda Caruso. Una profesora de Literatura (Coleman) de vacaciones sola junto al mar para recargar las pilas, se ve engullida y a la vez atraída, por una prolífica familia que también está de vacaciones. En especial por una joven madre, Nina (Dakota Johnson) y la relación de esta con su hija.
A través de esta fascinación de Leda hacia Nina y la relación con su pequeña vamos conociendo mediante flashbacks la historia de Leda y todo un estudio psicológico a través de las conexiones entre el pasado de Leda y el presente de Nina que harán desencadenarse ciertos acontecimientos trágicos y a la vez liberadores, con respecto al pasado.

Lena y Nina son reflejo una de la otra, de ahí su fascinación mutua y ese resorte en Leda al verse como hija y como madre en Nina. Para crear estos paralelismos, es notable el uso del primer plano por parte de Gyllenhaal, como si al acercarse a ellas se ocultara lo que no quieren que los demás vean. Y luego, usando este mismo recurso, pero para mostrarnos encuentros fortuitos, en los que se nos deja ver el lado humano y nada perfecto de lo que se le presupone a una mujer, y menos aún a una que es madre.
Comentábamos al inicio de esta crítica que si bien Gyllenhaal se ha tomado algunas licencias con respecto al texto de la novela, también se ha de poner en relevancia que ha sabido plasmar a la perfección a las mujeres de Ferrante. Mujeres dramáticas, misteriosas, trágicas, llenas de secretos y penas que cargan con tanto peso que les dobla la postura, la mirada, les marca profundamente la sonrisa que casi resulta una mueca cuando tienen algún momento de felicidad. Maggie Gyllenhaal consigue crear sus propios monstruos sin perder nunca esa sensación de destino fatal, angustioso, tenso y secreto tan característicos de la esencia del estilo de Elena Ferrante.

Una historia que de alguna manera podrá resultar incómoda, ya que incluso en pleno 2022 a casi todo el mundo le parece normal y está bien visto que un varón se aleje de sus hijos e hijas para invertir tiempo en sus carreras profesionales o por motivos personales. Pero, si lo hace una mujer, la cosa cambia. En palabras de su propia directora esta es “una historia acerca de muchas de esas cosas sobre las cuales las mujeres hemos decidido permanecer en silencio de manera colectiva”. Repito, 2022 y, aún a las mujeres nos cuesta hablar de ciertas cosas.
Maggie Gyllenhaal consigue poner en primer plano no sólo una generación renovada de mujeres cineastas que ahora tienen más espacio para sus creaciones, sino que además son escuchadas y tomadas en serio.
A ello se suma que poco a poco hay más relatos en los que las mujeres podemos reconocer nuestras voces y experiencias. Historias que nos recuerdan que las madres, además de madres, son humanas y no seres de luz.