52 horas contigo
He vuelto a usar las sábanas que me envolvían en mi juventud. No tengo a quién llamar para contarle sobre tu existencia, temo que alguien más se enamore de ti. Tampoco sé cómo poner en palabras esto que siento.
He vuelto a usar las sábanas que me envolvían en mi juventud. No tengo a quién llamar para contarle sobre tu existencia, temo que alguien más se enamore de ti. Tampoco sé cómo poner en palabras esto que siento.
Hay muchas formas de llamarlo: destino, hilo rojo o casualidad. Dicen, aquellos que saben leer las estrellas, que las personas que conoces en tus primeros días en un lugar serán quienes te acompañarán en el resto de las etapas de tu vida.
París. 1998.
Noche tras noche.
Confesión tras confesión.
Empezaste a comprender los secretos que escondía.
Para celebrar la publicación del nuevo disco de Taylor Swift, hoy os dejamos este relato sonoro al son de Begin Again de su disco Red.
Allí donde siempre encuentro refugio, la luna llena viste de plata las ramas de mi tristeza. Siento palabras atrapadas en mi garganta que no alcanzo a decir, es la razón por la que escribo: me vuelvo a sentir como una niña justo cuando creía que no iba a volver a amar.
Las luces de Navidad lo cubren todo. Parecen miles de estrellas que nos rodean bailando al ritmo de los corazones de la gente. Pasos acompasados que llevan a esperados abrazos. Coches que unen amores. Pasos abrigados que cargan regalos. Trenes que llevan a las raíces.
Voy a escuchar nueva música, con el miedo a que tu recuerdo me invada. Hay noches en las que estamos demasiado tristes, la realidad se vuelve retorcida, y no sabes cómo actuar. Hay noches donde el frío viene de tu interior. ¿Qué camino es el correcto? ¿Por qué si estoy actuando bien me duele el corazón? ¿Qué hago contigo?
Para hacer de este relato un relato sonoro, dale al play antes de empezar a leer: Llevo mi casa a cuestas. Es una de esas estadounidenses de estilo colonial y está situada en lo alto de una colina, pero el glamur brilla por su ausencia: las vigas se han astillado y he pintado la madera del porche de tantos tonos que las tablas ya no saben si recibirme con crujidos cantarines o melancólicos al sentir mis pisadas. Llevo mi casa a cuestas. No hay sitio para colgar el abrigo o dejar los zapatos, lo admito, lo dejo todo por el suelo en cuanto cruzo la puerta. Le doy al interruptor y la música empieza a sonar. No me gusta el silencio, no me gusta y ya está. Puede que si tienes suerte, suene la canción de mi nueva obsesión. La escucho en bucle y, como una esponja, voy absorbiendo toda su originalidad hasta quemarla, para que pase a ocupar su lugar en el montón de temas incinerados de la entrada. Mira donde pisas, las brasas me mantienen …
Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? De hecho, no recuerdo cuando fue la última vez que hablamos. Si es que puede llamarse así al último intercambio casi banal de «cómo te va todo» y «qué has visto últimamente; sin pensar en las palabras que tiroteaban en el telón de fondo de nuestros pensamientos.
Sábado noche. Interior de un bar cuyo nombre nunca recordarás. Fuera el frío sigue paseándose entre las calles y se cierne sobre una noche que parece que va a romper a llorar.