Para hacer de este relato un relato sonoro, dale al play
París. 1998.
Noche tras noche.
Confesión tras confesión.
Empezaste a comprender los secretos que escondía.
Yo, sin saberlo, te curaba las heridas del corazón. Siempre mirabas al suelo. Ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio.
Me había acostumbrado a leer a las personas para poder sobrevivir. Demasiado orgullosa como para estremecerme, me rodeaste con el brazo. No hay ningún aspecto de ti que me disguste.
El sol se ocultó despidiéndose con lágrimas de oro y la luna llena coloreó todo de plata. Me miraste a los ojos apartando un mechón de mi cara. Y aún me congela tu silencio.
Recordé las noches en las que tú dormías y yo trataba de leer. Ese aroma a café.
Sigo sin saber tus verdaderas intenciones. Enamorada de tus connotaciones, tu integridad y pese a las dudas me dejé ser y te susurré un te quiero.
¿Amas a alguien más?
Escondidos en la buhardilla, me hiciste una trenza. Sabías que me estabas dando tiempo para pensar. Al terminar me besaste la cabeza y me abrazaste.
Podía sentir tu corazón y rompiste el silencio:
— Déjame conocerte.
Asentí con la cabeza y comencé a llorar.
¿Eres capaz de quererme por encima de mis cicatrices?
Ciudad de la Luz. Destino que mezcla la parte de un par de corazones. Una obra de arte surrealista. Algún dios juega a los dados y nosotros, aquí, bailando a su ritmo.
No quiero perder esta alma gemela. No quiero perderte.
Quiero que me recuerdes, escribiendo versos desde mi cama.