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Director del mes: Hiromasa Yonebayashi

La mano que se ha encargado de construir, pieza a pieza, la infancia de millones de niños. Una figura que, aunque parezca invisible, se ha convertido en un imprescindible dentro del cine de animación por su forma de tratar las historias y, especialmente, la creación de sus personajes. Un artista de lo emocional, memorándum de la infancia y de la sencillez de las emociones. Imprescindible en diversos panoramas, Hiromasa Yonebayashi se merece todo el reconocimiento de los adultos de hoy en día.

Sus primeros pasos en la dirección no tienen lugar hasta esta misma década, más concretamente en el año 2010 de la mano del título Arriety y el mundo de los diminutos. En ella, Yonebayashi se centrará en dibujar la historia de la joven y rebelde Arriety, una adolescente nacida en una familia de gente enana, cuya principal regla es la de no dejarse ver por los humanos normales. ¿Qué ocurrirá el día que la muchacha se cruce con su nuevo “vecino”?

ARRIETTY un film de Hiromasa Yonebayashi

Amparada por el Studio Ghibli, esta ópera prima recoge ecos de sus primas hermanas y demuestra el magnífico sentimiento de fidelidad de su director. Un título que resulta un abrazo cálido en el momento necesario, rica en detalles y con una banda sonora que acompaña a sus personajes con una sonoridad impresionante.

Tras este primer éxito “menor”, le tocará el turno a su segunda película la cual sí que consiguió una nominación a Mejor Película de Animación en el año 2015. El recuerdo de Marnie (2014) se convierte así en uno de sus primeros éxitos ante el panorama internacional, debido a la grandiosidad de su animación y, sobre todo, la magnificencia a la hora de llevar un asunto como la depresión infantil a la gran pantalla. Bajo la aniñada mirada de su protagonista, el director utiliza uno de los elementos que más hacen destacar al estudio en sus historias: el poder de la amistad y la capacidad que tiene este para conseguir cosas.

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Toda una joya dentro de su filmografía que resulta disfrutable tanto para los más pequeños como para los grandes; dos perspectivas de una misma realidad cuyo significado consigue variar tanto. Eso solo puede hacerlo la mano que mece la meca de la animación.

Y es que, a pesar de que su recorrido tras la cámara sea breve, su camino por la animación ha pisado baldosas que impregnan la memoria de todos los cinéfilos. Entre algunos de los títulos en los que ha trabajo se encuentran las icónicas películas que le han valido el renombre al propio estudio: La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001), Mi vecino Totoro (1988), El castillo ambulante (2004) o El viento se levanta (2013).  Todo un genio que ha conseguido dar vida a personalidades ilustres del cine animado y que revelado una nueva forma de conocer el género.

Aprender a contar historias no resulta fácil y menos aún bajo la animación. Muchos son los que piensan que las películas que pertenecen a este mundo solo son aptas para los niños por su carácter “infantil”. Sin embargo, Hiromasa Yonebayashi ha sabido desmontar ese argumento y enamorar a gran parte de los adultos. La valía de sus historias versa entre la magia esperanzadora que recordamos de nuestra infancia y la madurez que nos da la reflexión de la vida adulta. Y por ello, se aplaude una mirada tan creativa en el panorama del cine que sepa recordarnos lo que un día fuimos y lo que podemos llegar a ser. 

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