Dicen que la belleza es un elemento muy subjetivo. Lo que uno puede pensar que es precioso, otro puedo encontrarlo lo más horrendo del mundo. Ahí es preciso que se puntualice sobre un detalle que es importante analizar a la hora de hablar sobre este asunto: los sentimientos. Cada momento, persona, sitio o “algo” está caracterizado por una presencia (cuasi alma) que lo acompaña y lo convierte en un elemento superior a ojos vista.
La magia de Jean-Marc Vallée se reserva en esa especie de varita mágica que utiliza a la hora de dirigir. Sus trabajos son tan desgarradoramente bellos que suponen una constante superposición emocional. Agotador reflejo del ser humano, muestra una capacidad sobrehumana de enganchar y enamorar a cualquiera que se ponga por su camino. El cuelgue cinéfilo inevitable, como si fuera «el chico más guapo de la escuela” y al que todo el mundo adora. Bohemio, misterioso y con una presencia que ondea por encima de cualquier otra cosa. Se abandera como un artista pero es que se lo tiene ganado a pulso. Un poeta audiovisual cuya profundidad va más allá de lo terrenal.
A pesar de su magnitud, el camino de Jean-Marc es más corto de lo que parece. Su primer título aparece en el año 1995 bajo el título Liste Noire, de producción canadiense y sin apenas repercusión en su carrera. No será hasta diez años más tarde, con dos largometrajes más entre medias, cuando llegue su primer salto a la fama, de la mano de C.R.A.Z.Y (2005).
Una película sobre la adolescencia, el descubrimiento de uno mismo y la importancia de las personas que nos rodean: amigos y familia. Además, a partir de la acidez de su humor, el título desvela un mensaje sobre la importancia de aprender a sincerarte sobre quién eres realmente. Aprender a ser libre y, por ende, feliz. Un mensaje que continuará repitiéndose como telón de fondo en el resto de sus títulos, a pesar de que el drama esté presente.
Su primer “tiro” en el aire no terminará de ser efectivo y pasarán otros cuantos años hasta que su trabajo vuelva a ser reconocido. Entre ellos, se embarcará en un par de dramas románticos: La reina Victoria (2009), un biopic que refleja la vida de la reina desde su juventud, y Café de Flore (2011), un relato sobre dos personalidades muy diferentes que se encuentran en una vorágine de locura, necesidad y amor. Su vuelta por la puerta grande le reportará la friolera de tres nominaciones a los Premios Oscar y dos a los Globos de Oro.
Y es que Dallas Buyers Club ayudará a intensificar su característica más preciada en sus seguidores: la belleza de enmarcar lo más crudo y feo de las miserias personales. Convertir en arte aquello que atormenta y persigue. Maquillar “los fantasmas”. Ese algo que resulta hasta espeluznante y que te hipnotiza ante la pantalla. De este modo, la película supone un desparrame de inquietudes que, dotan al título de una vida muy alejada de lo que puede entrever su temática.
Si no nos parecía suficiente, le seguirán otros dos trabajos que reafirmarán su mano maestra: Alma salvaje (2014) y Demolición (2015), esta última con un toque un poco más surrealista y que será, por el momento, su último trabajo en la gran pantalla. ¿Eso significa que ahí acaban sus andanzas? Muy equivocados. Porque nos llega lo que ha sido una revolución para la televisión en estos últimos años con la serie Big Little Lies.
Emitida por la HBO, esta apuesta supuso el gran éxito del año pasado y una nueva revisión de los dramas “familiares” y de misterio. Con una magnificencia al nivel de sus actrices, Jean-Marc Vallée consigue crear un reclamo feminista en tiempos convulsos con una belleza que resulta inusual en las series contemporáneas. Una cinemática de la gran pantalla pero que se disfruta desde el sofá de casa y que aglutina todos sus títulos anteriores culminando en lo que es uno de sus mejores trabajos hasta el momento.
Puede que existan opiniones que contradigan esta afirmación; ya he comentado al inicio de este “alegato” que la belleza es un elemento subjetivo al que hay que tratar con cuidado y mimar sin excesos. La cuestión es que no podemos negar que Jean-Marc Vallée consigue hacernos sentir cosas, en un tiempo donde es muy difícil conseguir que algo te remueva realmente por dentro. Tiempos en los que la velocidad lo es todo y él ralentiza, calma y te acaricia hasta mermar tu ritmo. Hay que admirar a los genios y a los poetas. Por eso, tenemos claro que Vallée sobrepasa, con creces, cualquiera de los títulos anteriores.